Partamos
de un bosque bien conservado. Tanto el árbol en pie, como su hojarasca
proporcionan la protección que requiere el suelo de los agentes climáticos, que se extiende durante todo el periodo
vegetativo:
- Protección de la superficie del suelo de la alta insolación, elevadas temperaturas e intensa evaporación, alargando el periodo de mayor actividad de la biocenosis edáfica e incrementando la funcionalidad del suelo, reciclando nutrientes y movilizando algunos con tendencia a inmovilizarse como el fósforo.
- Protección del suelo frente al impacto
de la lluvia, que es especialmente agresiva en el otoño cuando además el
suelo carece de vegetación herbácea,
favoreciendo la infiltración, aumentando con ello la capacidad de
aprovechar más eficazmente el recurso hídrico y reduciendo la erosión
superficial, lo cual además repercute indirectamente en un mejor estado de
los ríos al llevar menos arrastres sólidos, tener menor incidencias
dañinas sus crecidas. La infiltración recarga los acuíferos, lo que posibilita que durante el largo verano, cuando todo el
pasto se ha agostado y los torrentes y demás cursos de agua estaciónales
se han secado aún siguen fluyendo las fuentes y algunos arroyos manteniendo algunos pastos
verdes (vallicares, bonales). Siendo por tanto un recurso estratégico para
toda la fauna.
- Mejora el suelo al bombear las sales
minerales de la roca sobre la que se asienta el suelo y ponerlas a
disposición del ecosistema a través de sus desechos que fertilizan y
mejoran por su aporte húmico el suelo.
Si el objeto de la gestión es la
conservación, en este caso ideal no
deberíamos actuar.
A veces estamos muy cerca del
estado ideal con una gestión conservadora que sin embargo produce un deterioro
o degradación, derivado de desequilibrios como el aumento de ungulados por la
falta de depredadores unido a una nula o ineficaz gestión cinegética. En
apariencia el monte está bien conservado pero la realidad puede conducir a un declive por la falta de
regeneración.
Ganado en Sierra de Las Nieves (Málaga). Las cabras pueden impedir la regeneración del quejigal y en consecuencia afectar negativamente a la conservación del suelo. |
Pero en la mayor parte de los
casos el problema es el restaurar un
monte claramente degradado. Aquí nos encontramos la gran paradoja, las llamadas mejoras en los
montes que implican mover el suelo, lo que supone una degradación. Y un suelo
forestal degradado no mantiene un bosque, entonces queda esperar que llegue a
alcanzar el bosque para que recupere la fertilidad o tratarlo como un terreno agrícola labrándolo
y fertilizándolo para acelerar un proceso que quizá nunca llegue si no se deja
a la naturaleza restaurarse.
Como se va explicar con un caso
real más adelante, el sistema suelo forestal del bosque funciona con una gran
eficiencia, muy al contrario que un suelo agrícola en el que el flujo externo
conduce a una ineficiencia y los nutrientes se derrochan.
Por tanto toda alteración conduce a la pérdida del sistema original
edáfico (entiéndase, hongos, bacterias, protozoos, etc. y por sus procesos) a
un sistema ineficiente y esto puede ocurrir tanto por la eliminación de la
vegetación, la remoción del suelo o el aumento de las deposiciones del ganado o
caza mayor.
Dense cuenta que la fertilidad
agrícola es el capital medido en nutrientes NPK, mientras que la fertilidad de
los ecosistemas forestal se mide por la eficiencia del sistema. De igual modo
que la riqueza de un país no se mide por
el dinero guardado en los bancos, la verdadera riqueza se encuentra dentro de
los organismos que trabajan para hacer eficiente el sistema.
Veamos
un caso real. El N y P están presentes mayoritariamente en forma orgánica y
dentro de los microorganismos del suelo. Así en un estudio dentro del Parque de
los Alcornocales se encontró que el N y
P en los microorganismos era 10 veces superior al disponible por las
plantas (Aponte Perales, C. CSIC. 2010)
Por tanto, la mayoría de estos nutrientes están activos y recirculando
dentro del ecosistema, optimizándose la fertilidad de estos nutrientes. En estos suelos un
aporte puntual de nutrientes es redistribuido por el ecosistema en un plazo más
o menos largo, mucho más allá del punto de origen y es aprovechado con gran
eficacia aún cuando se trate de escasas cantidades de micronutrientes. Sólo
cuando la cantidad no puede ser asimilada se pierde en sumideros naturales,
fundamentalmente a través de las aguas de escorrentía y por tanto enriquece las
zonas húmedas y riberas.
Curiosamente,
la mismas plantas hacen de reservorio de micronutrientes, a veces no necesarios
para la actividad fisiológica de la
planta; pero si para la actividad de los microorganismos o incluso de otras
especies de plantas, dado que las necesidades de estos micronutrientes es
variable entre especies. Por tanto, la diversidad en especies favorece la
captura de todo tipo de nutrientes, asegurando
la posterior recirculación de nutrientes para el conjunto del ecosistema.
Por
otro lado, la eficacia de los suelos forestales como recicladores de nutrientes es algo que se optimiza con el
desarrollo en complejidad y estabilidad del bosque. Más exactamente, la
evolución del bosque necesita de mayores flujos de nutrientes a través del
suelo. Otras formaciones menos complejas, como
los bosques de coníferas o ciertos matorrales pueden ser igualmente
eficaces para sus propios y modestos requerimientos, siendo a la larga
imposible la mejora del suelo sin la intervención de plantas de etapas
superiores en la progresión.
Es
decir, podemos decir que las distintas formaciones vegetales, como las seriales
que aparecen tras la degradación, crean comunidades conservadoras en el sentido
que tendrán condiciones edáficas favorables para ellas, como en un intento de
perpetuarse. Así por ejemplo, es de esperar que un pinar sea eficaz en cuanto a
optimizar los recursos necesarios para el mantenimiento de la formación
forestal consiguiendo que los pocos recursos disponibles se aprovechen en un
ciclo bastante largo, dado que la mayor parte de estos nutrientes están
temporalmente secuestrados en el litter dada la lenta descomposición de la
hojarasca de elevado contenido de
sustancias que inhiben la descomposición como son los fenoles y una relación
C/N muy alta. En la bibliografía se dice que la progresión ecológica en este
caso, supongamos para el transito a un bosque más complejo de quercíneas, se da
por facilitación, es decir que el pinar ha creado unas condiciones favorables
con el desarrollo de los robles. Desde
el punto de vista evolutivo esto no tiene ningún sentido ni tampoco desde la
experiencia, en la que estas formaciones seriales tienden a ser permanentes en
muchos casos. Otra teoría habla de la autosucesión, es decir que es la misma
comunidad vegetal la que pone en marcha los cambios necesarios para la
implantación de la formación vegetal.
Esto tiene completo sentido ecológico, pues al entrar estas plantas con
ellas arrastran otros organismos que van aumentando el flujo de nutrientes y la eficacia necesaria para el desarrollo de
la nueva vegetación.
Q. alpestris creciendo sobre rocas calizas en Sierra de las Nieves |
Se
trata como en economía de hacer circular el capital, si este no se mueve no
produce beneficios. Teóricamente, mientras más se muevan los nutrientes (tasa
de descomposición mayor y ciclo más complejo)
más beneficios produce en el sistema, pues en igualdad de condiciones
sería como si el suelo fuese más fértil y productivo en términos ecológicos
(más biomasa vegetal y animal; y más diversidad) . En condiciones muy optimas
climáticas, como ocurre con bosques húmedos y climas tropicales o templados, el
flujo de nutrientes y energía es muy grande dado que la reposición de
nutrientes es muy rápida y en gran cantidad, la descomposición
rápida, pone a disposición gran cantidad
de nutrientes que son absorbidos rápidamente por la vegetación, que
precisamente por ello es altamente competitiva,
no obstante cuanto más grande es este flujo mayor cantidad de nutrientes
hay retenidos en la biomasa, es decir en las plantas y animales que finalmente
es el indicador que se viene a utilizar
para definir un bosque maduro, por ser más simple de diagnósticar que no
este flujo de nutrientes. No obstante, se puede observar también en la eficacia
del flujo energético y en la homeostasis final. La energía que mueve todo este
sistema tiende a acumularse en forma de materia orgánica rica en carbono cuando
el sistema no es muy maduro, mientras que en el bosque más maduro y complejo la
materia orgánica se descompone a gran velocidad de modo que los microorganismos
consumen mucha más energía. Podemos especular que esa energía inútil puede
acabar disipándose en forma de incendio forestal, que en definitiva es una
medio de renovación y rejuvenecimiento de estas formaciones alejadas del clímax
y que ayudan a su perpetuación frente a etapas más avanzadas. Al menos en
climas como el mediterráneo.
Decaimiento del arbolado (alcornocal en Coto San Felipe en Niebla). El deterioro del suelo va parejo. |
Algunos ejemplos de prácticas que
pueden no ayudar a la restauración son los grandes laboreos, para eliminar el matorral serial o
prevención de incendios. Estas prácticas equivalen a las perturbaciones
necesarias para mantener etapas seriales permanentes como jarales, brezales o
algunos pinares subclimácicos. Se mantienen así las condiciones de bajo flujo
de energía, baja tasa de reposición de nutrientes, suelos pobres,
predisposición alta a las grandes perturbaciones como incendios. En estos
suelos, la permanencia sin perturbación
puede implicar la sucesión hacia el bosque, especialmente favorable si
el suelo del bosque aún se conserva poco degradado; pero la perturbación periódica rejuvenece el
sistema y lo perpetua, ya sea por el uso del fuego o el laboreo, el pasto en
estos suelos mientras aún son fértiles puede estabilizarse, de lo contrario el pisoteo,
la elevada carga de nutrientes nitrogenados
y la degradadación de la vegetación leñosa puede acarrear a un punto de
difícil retorno de degradación del suelo.