viernes, 17 de julio de 2015

LA SECA DE LA ENCINA. EL CASO DEL ANDÉVALO ONUBENSE

Desde hace tiempo planteó difundir mi punto de vista sobre este problema, y lo haré centrándolo en una comarca especialmente castigada por este síndrome.
Aunque se habla de forma genérica de la “Seca” conviene aclarar que no es más que el término usado vulgarmente para referirse al decaimiento y también a la muerte súbita (o pasmo) de encinas y alcornoques. Fenómeno que se agrava cada año y parece conducir irremediablemente a la pérdida de miles de hectáreas de dehesas.

Seca en Alcornocal en el Término de Niebla


Se sabe por diversos estudios realizados desde los primeros años de la última década del pasado siglo que son múltiples los factores que intervienen en el decaimiento y muerte de los árboles de las dehesas ibéricas. Al contrario de lo que suele pensarse, la clave de este problema no está en una plaga o enfermedad determinada; sin embargo, dado que el síntoma principal de este decaimiento se manifiesta  por la pérdida de la capacidad asimiladora de las raicillas afectadas por hongos del suelo, particularmente Phytophthora cinnamomi en el caso del Andévalo, se tiende a responsabilizar a este hongo como el culpable del síndrome.
Bajo mi punto de vista, derivado de la falta de aceptación de las primeras conclusiones de los expertos las administraciones competentes se encuentran paralizadas a la espera de que se encuentre una solución definitiva, como sería encontrar a un patógeno como único responsable de la Seca. Así Montoya  y Mesón (2004) se lamentan “Mirándonos al ombligo, los investigadores hemos perdido lastimosamente el tiempo”.  Pues ciertamente no se ha encontrado nada nuevo al respecto desde las primeras conclusiones de los años 90, y no parece que los trabajos que relacionan la presencia de plagas y enfermedades en la muerte de los árboles vengan a dar luz al respecto, pues lo que interesa no es identificar a los agentes oportunistas que acaban con los árboles debilitados sino abrir el campo de visión para identificar e integrar las causas  de la debilidad del arbolado en su conjunto.
El Andévalo es una comarca forestal en el interior de la provincia de Huelva que limita al norte con la Sierra que tiene buena fama fundamentada en el aprovechamiento secular de sus  magnificas dehesas. Si la Sierra de Huelva es referente mundial del jamón más exquisito, el Andévalo es el referente de la minería con la más larga tradición, fuente de la riqueza de la mítica Tartessos y de una cultura más antiguo aún, coetánea con el Egipto de las grandes pirámides,  que está en los orígenes de la metalurgia del cobre y dejo huella en forma de  dólmenes que jalonan los montes  de la cuenca de El tinto, el río minero más contaminado del mundo.
Dolmen en El Pozuelo.

Sin embargo no será hasta la revolución industrial cuando el territorio quedará marcado por las cicatrices más profundas de la mano de las grandes compañías francesas y británicas que explotarán las minas a una escala nunca antes conocida. Realizando grandes infraestructuras para los ferrocarriles mineros y abriendo a cielo abierto las antiguas explotaciones de galería subterráneas, lo que llevará consigo la formación de montañas de materiales ricos en sulfuros y metales pesados que expuestos a la alteración de la atmósfera y arrastrados por el agua acabarán produciendo enormes cantidades de soluciones ácidas que contaminaran suelos, acuíferos y riveras.


De la afección ambiental en el entorno de la comarca es de destacar por su incidencia en el medio forestal la práctica de la  calcinación a cielo abierto de los sulfuros, que incluso dio pie a una enorme protesta en el 1888 (“año de los tiros”) dadas la gravísimas consecuencias ambientales  de esta práctica que envenenaba el aire y volvían el suelo estéril; algo que más de un siglo después resulta patente en algunas zonas (estos hechos fueron objeto de una novela que posteriormente se llevó al cine bajo el título “El Corazón de la Tierra”). 

Río Tinto entre Valverde del Camino y Berrocal

Durante el pasado siglo vinieron las repoblaciones con especies frugales que pudieran prosperar en suelos muy degradados como el pino piñonero y resinero; y sobre todo,  el cultivo forestal del eucalipto. Sin embargo, aún quedaron muchas miles de hectáreas de encinar y alcornocal, esas mismas que, por motivos que ahora se intentarán explicar, vienen sufriendo un acelerado deterioro.
El síndrome empezó a conocerse a finales de la década de los 80, aunque no fue descrito hasta principio de la última década del pasado siglo.
Según el popular principio de “la navaja de Ockham” la explicación más simple es también la más probable. En nuestro caso había dos explicaciones simples:
A.- Que el decaimiento y muerte del arbolado fuese consecuencia de la presencia de un nuevo y agresivo patógeno.
B.- Que la consecuencia fuera la presencia de un cambio ambiental no biológico y bastante agresivo para el ecosistema.
La explicación A resultaba más ortodoxa, al menos la agronomía siempre busca un patógeno para explicar la enfermedad.  La B estaba de actualidad con las tristemente famosas consecuencias de la lluvia ácida debida a emisiones industriales, aunque actualmente se utiliza más  el cambio climático como la causa ambiental que explique  fenómenos parecidos.
Aún hoy da la impresión de no haber un acuerdo, o que sea todo  a la vez la causa de la Seca. No me parece que estas explicaciones simples expliquen el fenómeno ni que sea coherente con la realidad la explicación de que es una mezcla de todo un poco. La Seca es fundamentalmente el síntoma visible en el arbolado de un proceso de deterioro ambiental del ecosistema forestal.
La causa más señalada de explicación del decaimiento es el hongo Phytophthora cinnamomi  que aunque esté tan presente en esta comarca, es un factor pero no es el factor de la Seca. Así es que no aparece y es sustituido por otros hongos patógenos en otros lugares afectados  de Andalucía.  Más aún,  la presencia de P. cinnamomi en nuestros montes se conoce desde los años 40 del pasado siglo atacando al castaño (Castanea sativa) en lugares en los que aparentemente no se veían afectadas los alcornoques. Tampoco apareció el síndrome en comarcas como el Andévalo hasta varias décadas después. Todo esto indica que la encina y el alcornoque tienen una cierta capacidad para contrarrestar la infección con el hongo, por lo que la explicación más plausible que dan algunos expertos estaría en la pérdida de vigor del arbolado en general, algo que ha debido producirse paulatinamente durante las últimas décadas de este siglo XX pasado hasta llegar a una incidencia generalizada de este fenómeno.
La causa no puede asociarse a la entrada de un nuevo patógeno, aunque en algunos casos la debilidad del arbolado potencie la aparente virulencia de ciertas enfermedades. Detrás del decaimiento hay una debilidad del arbolado que ha de estar motivada por causas ambientales.
En esto vemos diferencias entre el alcornoque y la encina. Es probable que la elevada frecuencia del fuego y las altas temperaturas del verano andévaleño formen más parte del ambiente del alcornocal que goza del aislamiento del corcho. Si no fuese por el descorche, el alcornoque tiene ventaja allí donde el suelo es adecuado y presenta aparentemente más resistencia a este síndrome ligado a los hongos del suelo. La encina que, por su parte, puede estar situada en peores condiciones edáficas, en suelos esqueléticos,  serán las que se encontraban en los suelos más profundos y arcillosos de las vaguadas las primeras en verse afectadas por el síndrome. Precisamente aquí aparece una correlación entre el ambiente ideal de dispersión de P. cinnamomi, como son los suelos con encharcamiento temporal, y el deterioro de la vegetación de ribera como fresnos o adelfas resistentes a este hongo. También parece que estas zonas sirven de focos de dispersión de las esporas, por la red de drenaje; pero me atrevo a adelantar que también  hasta lugares alejados de las zonas húmedas a través del jabalí que busca los sitios encharcados para darse baños de fango  para luego restregarse  (a veces a cientos de metros del charco) en la base de los troncos en donde pueden  llegar a levantar la corteza. No hay una demostración al respecto, pero estudios sobre la dispersión de P. cinnamomi en bosques naturales de eucaliptal en Australia inducen a pensar que puede ser así.  Es de tener en cuenta que el impacto del jabalí en todos los montes ha sido enorme en las últimas décadas ya que la población de este animal se ha multiplicado en este periodo.

Pinos en los que se restriegan los jabalíes tras bañarse en fango del río Tinto 

Sin embargo, la selvicultura del alcornoque predispone más a este árbol a sufrir un estrés traumático después de una seca primavera.  Quizá por la pérdida de interés económico de este producto,  no es infrecuente encontrar cada vez más una mala praxis  que produce heridas en el descorche y malas podas que facilitan la presencia de chancros.


En el caso del andévalo, por las características propias de clima y  P. cinnamomi está muy presente. Este hongo puede penetrar por heridas, pero la infección típica se produce en condiciones de encharcamiento en las que las esporas móviles (zoosporas) buscan activamente las raicillas infectándolas. El mecanismo de defensa genérico de cualquier árbol ante una infección es el aislamiento del patógeno, lo que implica la pérdida de parte del sistema radical y en consecuencia una dificultad para obtener los necesarios recursos minerales y agua del suelo.  Si el patógeno progresa por el tronco, obviamente el árbol lo tiene ya muy difícil para defenderse.
A veces, se produce un proceso de muerte súbita en los árboles que se vincula a una cepa más virulenta de P. cinnamomi. Encuentro que también puede ser una explicación de  este fenómeno la entrada accidental de patógenos en el cambium del cuello de la raíz, quizá por daños producidos por el laboreo poco cuidadoso; en particular un hongo que progresa en la base del árbol y anilla todo el tronco acabando con el árbol en escaso tiempo.
Muerte súbita de alcornoque


En busca de la respuesta simple, se mencionan como factores de predisposición del arbolado la mecanización, la sobrecarga ganadera, sequías, calentamiento del clima, etc.
Hay que entender el efecto de procesos naturales como la sequía o la subida de las temperaturas como un desencadenante claro del decaimiento. Por si solo, no explican  el fenómeno de un decaimiento tan generalizado. Si el factor más evidente del síntoma de la Seca es el estrés hídrico;  y claro está, va ligado directamente con la precipitación; sin embargo no tiene mucho sentido la afección tan generalizada, pues este factor está modulado por otros acercándolo o alejándolo más a los límites del rango vital de la especie en cuestión.  En un territorio tan amplio hay una variada casuística de lugares en los que el año es más propicio o menos en la  distribución de la lluvia que no es homogénea, ni lo es la forma en que se producen los aguaceros, la retención del agua en el suelo o  la humedad ambiental. Algunas de estos factores son poco susceptibles de modificarse por la acción del hombre, mientras que otros sí y singularmente los que afectan a la capacidad de retención del agua en el suelo.
 Para abreviar, la causa de decaimiento generalizado del arbolado de encinares y alcornocales se debe a un deterioro de las condiciones ambientales, singularmente las edáficas, que han producido una debilidad en el arbolado, haciéndolo más propenso al ataque de diversos patógenos y plagas especialmente concomitante con periodos de estrés como los de sequía.

Encina en Calañas

¿Por qué el origen de este decaimiento  es  la década de los 80?
La gestión de la dehesa ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas debido a la mecanización y abandono de los usos tradicionales por nuevas prácticas agrícolas.
La mecanización está afectando de manera muy importante al suelo de la dehesa,  evidentemente no se trata tanto de la implantación de  una novedad técnica, sino de la extensión y recurrencia del uso de maquinaría pesada en el monte.  Roto el equilibrio del pasto con el ganado a consecuencia del cambio del sistema tradicional, se entiende que ahora son necesarias estas labores para evitar el embastecimiento del pasto y  la formación del jaral; por lo que la misma Administración los promueve  para reducir  el riesgo de incendios.
 Ocurre así que el mantenimiento del sistema (la dehesa) se vincula al laboreo del suelo de forma parecida a lo que ocurre en los terrenos agrícolas. La remoción del suelo, mediante el gradeo,  expuesto a la insolación directa y las altas temperaturas del verano, favorecen la mineralización y pérdida del humus. En consecuencia, cuando además se  elimina la vegetación leñosa, que podría competir con el pasto, lo que ocurre es que el suelo forestal biológicamente muy activo,  en suelos pobres y desprotegidos (sin arbolado) se deteriora rápidamente y desertifica.  El único beneficio es mantener artificialmente una cierta capacidad para retener agua, ya que la mecanización  por si sola no mejora el pasto ni la fertilidad natural,  al contrario, mantiene la degradación al impedir la regeneración biológica del suelo.  Obviamente, esto es importante por el hecho de ser un suelo forestal, ya que en el suelo agrícola la fertilidad que ayuda a mantener al arbolado es la aportación continuada de fertilizantes.
En este sentido el medio andevaleño es particularmente susceptibles del efecto negativo de estas prácticas. Pensemos en laderas en solana, con suelo pizarrosos de  laja oscura y con temperaturas que en verano superan los 40 ºC.  Por otro lado las precipitaciones aunque suficientes sobre el papel para el desarrollo del bosque, no son tan copiosas como las de la Sierra y están entre los 600 y 700 mm. En un suelo delgado, con pendiente acusada, el agua disponible se corresponde más con un clima seco.
Encina muy recomida en Calañas
Precisamente,  las primeras víctimas  de la Seca fueron grandes encinas ubicadas en las zonas llanas o vaguadas en donde se acumula el suelo fino y son favorables para el desarrollo del arbolado. En este caso el deterioro del suelo se debe fundamentalmente al efecto del pisoteo del ganado y al tránsito de maquinaria pesada con frecuencia menor a los 10 años, lo que supone la compactación del suelo superficial que, en un suelo con gran actividad biológica (un verdadero pastizal) se revierte en pocos años; pero no en uno muy degradado y formado por material arcilloso o limoso. En el caso de la compactación a profundidad, la llamada suela agrícola, el proceso de reversión requeriría de la preservación de este impacto durante décadas contando con la cubierta permanente de arbustos o arbolado, pues no serán sino las raíces de estas  grandes plantas las que puedan promover la rotura de esta capa compactada (en un proceso muy lento), ya que la actividad de los macro-organismos del suelo se limita a la capa superficial rica en materia orgánica.
Además de la mayor mecanización, el otro cambio ocurrido es el abandono o modificación de los usos tradicionales. La simplificación del paisaje es una consecuencia del abandono de ciertos usos como la recogida de leñas para el hogar que mantenían ciertas partes con monte bajo o arbustedas. También los cultivos tradicionales con sus setos, los ribazos y sotos de los ríos ahora cultivados,  formaban parte del entramado por el que se movían los animales sin los aislamientos actuales.  También los cotos han cambiado, antes en el monte se aprovechaban la caza tanto menor como mayor según la capacidad del monte y los animales se desplazaban entre fincas de forma libre. Ahora los grandes cotos encierran con altos cercados a la caza mayor, forzándola a mantener cargas muy por encima de las naturales apoyadas por el suplemento de piensos o siembras de forrajeras.

En el manejo del ganado queda especialmente patente el cambio de gestión, se ha pasado de una ganadería limitada por el medio a una ganadería apoyada por las subvenciones que rebasa las capacidades naturales del medio en que se asienta y pasta. En particular, ha cambiado el sistema de pastoreo tradicional estacional del ganado ovino y porcino, por la estancia permanente  del ganado con inclusión de ganado más pesado y ramoneador como el vacuno de carne sumado al aumento de los cérvidos de los cotos de caza mayor. La consecuencia es que en muchas dehesas se impide el desarrollo del regenerado y, en consecuencia, las pérdidas de arbolado no tienen así sustitución. En estos caso es fácil adelantar que estamos ante una desertificación del territorio, pues bajo estas condiciones de clima y suelo, sin el concurso del arbolado, no es posible estabilizar pastos. Precisamente en esto radicaba la gracia de la creación de la dehesa, el mantenimiento del pasto gracias al concurso del arbolado en zonas de suelos pobres y climas  con una larga estación seca.
En este proceso de cambios en la gestión de la dehesa, parece que la única salida es la introducción de variedades resistentes a la Seca que ayuden a mantener el arbolado. Otras ayudas se extenderán para mantener la fertilidad del suelo, como el laboreo continuo, las enmiendas y abonado. En definitiva, la única solución planteada hasta el momento es el cultivo agrícola, que no parece sostenible ni a medio plazo.
¿Hasta cuándo podría sostenerse este sistema ya de por sí tan poco rentable económicamente, cuando no alcancen las ayudas oficiales y cuando los carburantes suban más?
Si se continuara por esta vía tendríamos además el problema del abandono de las explotaciones, una desertificación que habría que atajar con los mismos fondos públicos con los que ahora se impulsa el deterioro forestal de la dehesa. ¿Ayudas agrícolas para hacerla insostenible y  ayudas forestales para corregir el daño ambiental generado?

En conclusión, la Seca en el Andévalo es un síntoma de una gestión de la dehesa que ha progresado de la mano de técnicas agrícolas potenciadas por las ayudas de la PAC. Hasta el punto que no se deja regenerar el monte con lo que se entra en una dinámica con consecuencias desastrosas de pérdida del arbolado y desertificación sin que se requiera siquiera de la entrada de ninguna plaga o enfermedad.

 Partiendo de esta base, se comprende que una de las recurrentes sequías de nuestro clima mediterráneo, temperaturas invernales o primaverales inusualmente altas, el estrés del descorche y algunas malas prácticas tradicionales,  tenga consecuencias calamitosas en una  zona con un equilibrio tan delicado en su medio forestal por la herencia histórica, la pobreza y fragilidad de los suelos y la adversa climatología estival;  como  es el Andévalo Onubense.

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