Desde hace tiempo
planteó difundir mi punto de vista sobre este problema, y lo haré centrándolo
en una comarca especialmente castigada por este síndrome.
Aunque se habla de
forma genérica de la “Seca” conviene aclarar que no es más que el término usado
vulgarmente para referirse al decaimiento y también a la muerte súbita (o
pasmo) de encinas y alcornoques. Fenómeno que se agrava cada año y parece
conducir irremediablemente a la pérdida de miles de hectáreas de dehesas.
Seca en Alcornocal en el Término de Niebla |
Se sabe por diversos
estudios realizados desde los primeros años de la última década del pasado
siglo que son múltiples los factores que intervienen en el decaimiento y muerte
de los árboles de las dehesas ibéricas. Al contrario de lo que suele pensarse,
la clave de este problema no está en una plaga o enfermedad determinada; sin
embargo, dado que el síntoma principal de este decaimiento se manifiesta por la pérdida de la capacidad asimiladora de
las raicillas afectadas por hongos del suelo, particularmente Phytophthora
cinnamomi en el caso del Andévalo, se tiende a responsabilizar a este hongo
como el culpable del síndrome.
Bajo mi punto de vista,
derivado de la falta de aceptación de las primeras conclusiones de los expertos
las administraciones competentes se encuentran paralizadas a la espera de que
se encuentre una solución definitiva, como sería encontrar a un patógeno como
único responsable de la Seca. Así Montoya
y Mesón (2004) se lamentan “Mirándonos al ombligo, los investigadores
hemos perdido lastimosamente el tiempo”.
Pues ciertamente no se ha encontrado nada nuevo al respecto desde las
primeras conclusiones de los años 90, y no parece que los trabajos que
relacionan la presencia de plagas y enfermedades en la muerte de los árboles
vengan a dar luz al respecto, pues lo que interesa no es identificar a los
agentes oportunistas que acaban con los árboles debilitados sino abrir el campo
de visión para identificar e integrar las causas de la debilidad del arbolado en su conjunto.
El Andévalo es una
comarca forestal en el interior de la provincia de Huelva que limita al norte
con la Sierra que tiene buena fama fundamentada en el aprovechamiento secular
de sus magnificas dehesas. Si la Sierra
de Huelva es referente mundial del jamón más exquisito, el Andévalo es el
referente de la minería con la más larga tradición, fuente de la riqueza de la
mítica Tartessos y de una cultura más antiguo aún, coetánea con el Egipto de
las grandes pirámides, que está en los
orígenes de la metalurgia del cobre y dejo huella en forma de dólmenes que jalonan los montes de la cuenca de El tinto, el río minero más
contaminado del mundo.
Dolmen en El Pozuelo. |
Sin embargo no será
hasta la revolución industrial cuando el territorio quedará marcado por las
cicatrices más profundas de la mano de las grandes compañías francesas y
británicas que explotarán las minas a una escala nunca antes conocida.
Realizando grandes infraestructuras para los ferrocarriles mineros y abriendo a
cielo abierto las antiguas explotaciones de galería subterráneas, lo que
llevará consigo la formación de montañas de materiales ricos en sulfuros y
metales pesados que expuestos a la alteración de la atmósfera y arrastrados por
el agua acabarán produciendo enormes cantidades de soluciones ácidas que
contaminaran suelos, acuíferos y riveras.
De la afección
ambiental en el entorno de la comarca es de destacar por su incidencia en el
medio forestal la práctica de la
calcinación a cielo abierto de los sulfuros, que incluso dio pie a una
enorme protesta en el 1888 (“año de los tiros”) dadas la gravísimas
consecuencias ambientales de esta
práctica que envenenaba el aire y volvían el suelo estéril; algo que más de un
siglo después resulta patente en algunas zonas (estos hechos fueron objeto de
una novela que posteriormente se llevó al cine bajo el título “El Corazón de la
Tierra”).
Río Tinto entre Valverde del Camino y Berrocal |
Durante el pasado siglo
vinieron las repoblaciones con especies frugales que pudieran prosperar en
suelos muy degradados como el pino piñonero y resinero; y sobre todo, el cultivo forestal del eucalipto. Sin
embargo, aún quedaron muchas miles de hectáreas de encinar y alcornocal, esas
mismas que, por motivos que ahora se intentarán explicar, vienen sufriendo un
acelerado deterioro.
El síndrome empezó a
conocerse a finales de la década de los 80, aunque no fue descrito hasta
principio de la última década del pasado siglo.
Según el popular
principio de “la navaja de Ockham” la explicación más simple es también la más
probable. En nuestro caso había dos explicaciones simples:
A.- Que el decaimiento
y muerte del arbolado fuese consecuencia de la presencia de un nuevo y agresivo
patógeno.
B.- Que la consecuencia
fuera la presencia de un cambio ambiental no biológico y bastante agresivo para
el ecosistema.
La explicación A
resultaba más ortodoxa, al menos la agronomía siempre busca un patógeno para
explicar la enfermedad. La B estaba de
actualidad con las tristemente famosas consecuencias de la lluvia ácida debida
a emisiones industriales, aunque actualmente se utiliza más el cambio climático como la causa ambiental
que explique fenómenos parecidos.
Aún hoy da la impresión
de no haber un acuerdo, o que sea todo a
la vez la causa de la Seca. No me parece que estas explicaciones simples
expliquen el fenómeno ni que sea coherente con la realidad la explicación de
que es una mezcla de todo un poco. La Seca es fundamentalmente el síntoma
visible en el arbolado de un proceso de deterioro ambiental del ecosistema
forestal.
La causa más señalada
de explicación del decaimiento es el hongo Phytophthora cinnamomi que aunque esté tan presente en esta comarca,
es un factor pero no es el factor de la Seca. Así es que no aparece y es
sustituido por otros hongos patógenos en otros lugares afectados de Andalucía. Más aún,
la presencia de P. cinnamomi en nuestros montes se conoce desde los años
40 del pasado siglo atacando al castaño (Castanea sativa) en lugares en los que
aparentemente no se veían afectadas los alcornoques. Tampoco apareció el
síndrome en comarcas como el Andévalo hasta varias décadas después. Todo esto
indica que la encina y el alcornoque tienen una cierta capacidad para
contrarrestar la infección con el hongo, por lo que la explicación más
plausible que dan algunos expertos estaría en la pérdida de vigor del arbolado
en general, algo que ha debido producirse paulatinamente durante las últimas
décadas de este siglo XX pasado hasta llegar a una incidencia generalizada de
este fenómeno.
La causa no puede
asociarse a la entrada de un nuevo patógeno, aunque en algunos casos la
debilidad del arbolado potencie la aparente virulencia de ciertas enfermedades.
Detrás del decaimiento hay una debilidad del arbolado que ha de estar motivada
por causas ambientales.
En esto vemos
diferencias entre el alcornoque y la encina. Es probable que la elevada
frecuencia del fuego y las altas temperaturas del verano andévaleño formen más
parte del ambiente del alcornocal que goza del aislamiento del corcho. Si no
fuese por el descorche, el alcornoque tiene ventaja allí donde el suelo es
adecuado y presenta aparentemente más resistencia a este síndrome ligado a los
hongos del suelo. La encina que, por su parte, puede estar situada en peores
condiciones edáficas, en suelos esqueléticos,
serán las que se encontraban en los suelos más profundos y arcillosos de
las vaguadas las primeras en verse afectadas por el síndrome. Precisamente aquí
aparece una correlación entre el ambiente ideal de dispersión de P. cinnamomi,
como son los suelos con encharcamiento temporal, y el deterioro de la
vegetación de ribera como fresnos o adelfas resistentes a este hongo. También
parece que estas zonas sirven de focos de dispersión de las esporas, por la red
de drenaje; pero me atrevo a adelantar que también hasta lugares alejados de las zonas húmedas a
través del jabalí que busca los sitios encharcados para darse baños de
fango para luego restregarse (a veces a cientos de metros del charco) en
la base de los troncos en donde pueden
llegar a levantar la corteza. No hay una demostración al respecto, pero
estudios sobre la dispersión de P. cinnamomi en bosques naturales de eucaliptal
en Australia inducen a pensar que puede ser así. Es de tener en cuenta que el impacto del
jabalí en todos los montes ha sido enorme en las últimas décadas ya que la
población de este animal se ha multiplicado en este periodo.
Pinos en los que se restriegan los jabalíes tras bañarse en fango del río Tinto |
Sin embargo, la
selvicultura del alcornoque predispone más a este árbol a sufrir un estrés
traumático después de una seca primavera.
Quizá por la pérdida de interés económico de este producto, no es infrecuente encontrar cada vez más una
mala praxis que produce heridas en el
descorche y malas podas que facilitan la presencia de chancros.
En el caso del
andévalo, por las características propias de clima y P. cinnamomi está muy presente. Este hongo
puede penetrar por heridas, pero la infección típica se produce en condiciones
de encharcamiento en las que las esporas móviles (zoosporas) buscan activamente
las raicillas infectándolas. El mecanismo de defensa genérico de cualquier
árbol ante una infección es el aislamiento del patógeno, lo que implica la
pérdida de parte del sistema radical y en consecuencia una dificultad para
obtener los necesarios recursos minerales y agua del suelo. Si el patógeno progresa por el tronco,
obviamente el árbol lo tiene ya muy difícil para defenderse.
A veces, se produce un
proceso de muerte súbita en los árboles que se vincula a una cepa más virulenta
de P. cinnamomi. Encuentro que también puede ser una explicación de este fenómeno la entrada accidental de
patógenos en el cambium del cuello de la raíz, quizá por daños producidos por
el laboreo poco cuidadoso; en particular un hongo que progresa en la base del
árbol y anilla todo el tronco acabando con el árbol en escaso tiempo.
Muerte súbita de alcornoque |
En busca de la
respuesta simple, se mencionan como factores de predisposición del arbolado la
mecanización, la sobrecarga ganadera, sequías, calentamiento del clima, etc.
Hay que entender el
efecto de procesos naturales como la sequía o la subida de las temperaturas
como un desencadenante claro del decaimiento. Por si solo, no explican el fenómeno de un decaimiento tan
generalizado. Si el factor más evidente del síntoma de la Seca es el estrés
hídrico; y claro está, va ligado
directamente con la precipitación; sin embargo no tiene mucho sentido la
afección tan generalizada, pues este factor está modulado por otros acercándolo
o alejándolo más a los límites del rango vital de la especie en cuestión. En un territorio tan amplio hay una variada
casuística de lugares en los que el año es más propicio o menos en la distribución de la lluvia que no es homogénea,
ni lo es la forma en que se producen los aguaceros, la retención del agua en el
suelo o la humedad ambiental. Algunas de
estos factores son poco susceptibles de modificarse por la acción del hombre,
mientras que otros sí y singularmente los que afectan a la capacidad de
retención del agua en el suelo.
Para abreviar, la causa de decaimiento
generalizado del arbolado de encinares y alcornocales se debe a un deterioro de
las condiciones ambientales, singularmente las edáficas, que han producido una
debilidad en el arbolado, haciéndolo más propenso al ataque de diversos
patógenos y plagas especialmente concomitante con periodos de estrés como los de
sequía.
Encina en Calañas |
¿Por qué el origen de
este decaimiento es la década de los 80?
La gestión de la dehesa
ha cambiado sustancialmente en las últimas décadas debido a la mecanización y
abandono de los usos tradicionales por nuevas prácticas agrícolas.
La mecanización está
afectando de manera muy importante al suelo de la dehesa, evidentemente no se trata tanto de la
implantación de una novedad técnica,
sino de la extensión y recurrencia del uso de maquinaría pesada en el
monte. Roto el equilibrio del pasto con
el ganado a consecuencia del cambio del sistema tradicional, se entiende que
ahora son necesarias estas labores para evitar el embastecimiento del pasto
y la formación del jaral; por lo que la
misma Administración los promueve para
reducir el riesgo de incendios.
Ocurre así que el mantenimiento del sistema
(la dehesa) se vincula al laboreo del suelo de forma parecida a lo que ocurre
en los terrenos agrícolas. La remoción del suelo, mediante el gradeo, expuesto a la insolación directa y las altas
temperaturas del verano, favorecen la mineralización y pérdida del humus. En
consecuencia, cuando además se elimina
la vegetación leñosa, que podría competir con el pasto, lo que ocurre es que el
suelo forestal biológicamente muy activo,
en suelos pobres y desprotegidos (sin arbolado) se deteriora rápidamente
y desertifica. El único beneficio es
mantener artificialmente una cierta capacidad para retener agua, ya que la
mecanización por si sola no mejora el
pasto ni la fertilidad natural, al
contrario, mantiene la degradación al impedir la regeneración biológica del
suelo. Obviamente, esto es importante
por el hecho de ser un suelo forestal, ya que en el suelo agrícola la
fertilidad que ayuda a mantener al arbolado es la aportación continuada de
fertilizantes.
En este sentido el
medio andevaleño es particularmente susceptibles del efecto negativo de estas
prácticas. Pensemos en laderas en solana, con suelo pizarrosos de laja oscura y con temperaturas que en verano
superan los 40 ºC. Por otro lado las
precipitaciones aunque suficientes sobre el papel para el desarrollo del
bosque, no son tan copiosas como las de la Sierra y están entre los 600 y 700
mm. En un suelo delgado, con pendiente acusada, el agua disponible se
corresponde más con un clima seco.
Encina muy recomida en Calañas |
Precisamente, las primeras víctimas de la Seca fueron grandes encinas ubicadas en
las zonas llanas o vaguadas en donde se acumula el suelo fino y son favorables
para el desarrollo del arbolado. En este caso el deterioro del suelo se debe
fundamentalmente al efecto del pisoteo del ganado y al tránsito de maquinaria
pesada con frecuencia menor a los 10 años, lo que supone la compactación del
suelo superficial que, en un suelo con gran actividad biológica (un verdadero
pastizal) se revierte en pocos años; pero no en uno muy degradado y formado por
material arcilloso o limoso. En el caso de la compactación a profundidad, la
llamada suela agrícola, el proceso de reversión requeriría de la preservación
de este impacto durante décadas contando con la cubierta permanente de arbustos
o arbolado, pues no serán sino las raíces de estas grandes plantas las que puedan promover la
rotura de esta capa compactada (en un proceso muy lento), ya que la actividad
de los macro-organismos del suelo se limita a la capa superficial rica en
materia orgánica.
Además de la mayor
mecanización, el otro cambio ocurrido es el abandono o modificación de los usos
tradicionales. La simplificación del paisaje es una consecuencia del abandono
de ciertos usos como la recogida de leñas para el hogar que mantenían ciertas
partes con monte bajo o arbustedas. También los cultivos tradicionales con sus
setos, los ribazos y sotos de los ríos ahora cultivados, formaban parte del entramado por el que se
movían los animales sin los aislamientos actuales. También los cotos han cambiado, antes en el
monte se aprovechaban la caza tanto menor como mayor según la capacidad del
monte y los animales se desplazaban entre fincas de forma libre. Ahora los
grandes cotos encierran con altos cercados a la caza mayor, forzándola a
mantener cargas muy por encima de las naturales apoyadas por el suplemento de
piensos o siembras de forrajeras.
En el manejo del ganado
queda especialmente patente el cambio de gestión, se ha pasado de una ganadería
limitada por el medio a una ganadería apoyada por las subvenciones que rebasa
las capacidades naturales del medio en que se asienta y pasta. En particular,
ha cambiado el sistema de pastoreo tradicional estacional del ganado ovino y
porcino, por la estancia permanente del
ganado con inclusión de ganado más pesado y ramoneador como el vacuno de carne
sumado al aumento de los cérvidos de los cotos de caza mayor. La consecuencia
es que en muchas dehesas se impide el desarrollo del regenerado y, en
consecuencia, las pérdidas de arbolado no tienen así sustitución. En estos caso
es fácil adelantar que estamos ante una desertificación del territorio, pues
bajo estas condiciones de clima y suelo, sin el concurso del arbolado, no es
posible estabilizar pastos. Precisamente en esto radicaba la gracia de la
creación de la dehesa, el mantenimiento del pasto gracias al concurso del
arbolado en zonas de suelos pobres y climas
con una larga estación seca.
En este proceso de
cambios en la gestión de la dehesa, parece que la única salida es la
introducción de variedades resistentes a la Seca que ayuden a mantener el
arbolado. Otras ayudas se extenderán para mantener la fertilidad del suelo,
como el laboreo continuo, las enmiendas y abonado. En definitiva, la única
solución planteada hasta el momento es el cultivo agrícola, que no parece
sostenible ni a medio plazo.
¿Hasta cuándo podría
sostenerse este sistema ya de por sí tan poco rentable económicamente, cuando
no alcancen las ayudas oficiales y cuando los carburantes suban más?
Si se continuara por
esta vía tendríamos además el problema del abandono de las explotaciones, una
desertificación que habría que atajar con los mismos fondos públicos con los
que ahora se impulsa el deterioro forestal de la dehesa. ¿Ayudas agrícolas para
hacerla insostenible y ayudas forestales
para corregir el daño ambiental generado?
En conclusión, la Seca
en el Andévalo es un síntoma de una gestión de la dehesa que ha progresado de
la mano de técnicas agrícolas potenciadas por las ayudas de la PAC. Hasta el
punto que no se deja regenerar el monte con lo que se entra en una dinámica con
consecuencias desastrosas de pérdida del arbolado y desertificación sin que se
requiera siquiera de la entrada de ninguna plaga o enfermedad.
Partiendo de esta base, se comprende que una
de las recurrentes sequías de nuestro clima mediterráneo, temperaturas
invernales o primaverales inusualmente altas, el estrés del descorche y algunas
malas prácticas tradicionales, tenga
consecuencias calamitosas en una zona
con un equilibrio tan delicado en su medio forestal por la herencia histórica,
la pobreza y fragilidad de los suelos y la adversa climatología estival; como es
el Andévalo Onubense.
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