Repasemos brevemente la historia
de nuestros montes desde sus orígenes en el Terciario o más correctamente desde
el Cenozoico anterior al Cuaternario.
El Reino Holártico durante el final del Cretácico y gran
parte del Terciario estuvo poblado por dos cinturones de vegetación de
características diferentes. Al norte la Geoflora Arctoterciaria y al sur la
Geoflora Paleotropical.
El cinturón de la Geoflora Paleotropical limitaba al norte con la Geoflora
Arctoterciaria siguiendo un paralelo que
correspondería con el sur de Dinamarca; mientras que por el sur no pasaría de
la estrecha franja costera de clima mediterráneo actual del norte de África,
entre Marruecos y Túnez. En la costa
oeste de América comprendería por el norte toda la actual costa oeste de los
Estados Unidos hasta su límite con Canadá y por el sur llegaría hasta lo que hoy es Panamá que por entonces no
estaba conectado con América del Sur.
A la izquierda foto de Laurisilva en la Isla del Hierro realizada por José Mesa.
Durante el Oligoceno Inferior, a
consecuencia de un enfriamiento climático, la Península pierde parte de su
flora tropical, mientras que recibe muchos taxones arctoterciarios de mayor plasticidad ecológica a cambios
climáticos. Esto no perjudicó a la flora lauroide Norteamérica pues las cadenas
montañosas facilitaron el refugio del bosque en el sureste y en la costa
pacífica. En Europa la geoflora paleotropical se topó con obstáculos difíciles
de flanquear como la disposición en barrera de las cordilleras (Pirineos y
Alpes) y el Mar Mediterráneo.
Las distintas estrategias de
supervivencia marcaron el futuro de las especies. Algunas se salvaron por
dispersar sus semillas los pájaros, colonizando las Canarias y demás islas
Atlánticas de la Macarronesia. Otras como las grandes coníferas Sequoia,
Cryptomeria, Taxodium o Tsuga no tuvieron esa capacidad, formaban parte de
ecosistemas muy asentados, eran especies muy longevas y, por tanto, tenían un ciclo de vida muy
largo. Esto representa una estrategia evolutiva conocida como estrategia de la
k, una estrategia de permanencia propia de ambientes estables. Resulta curioso
que las gimnospermas que han quedado en Europa son típicamente plantas con
estrategia colonizadora o de ambientes menos estables (estrategia de la r) como
los pinos, que pudieron con más facilidad escapar a los cambios; siendo la
excepción el pino salgareño (Pinus nigra subsp. salzmanni) que reforzando mi planteamiento es
nuestra especie de pino más antigua y también la más longeva (en Cazorla hay
ejemplares de más de 1.100 años de edad).
Al contrario de lo que se puede encontrar en la bibliografía
divulgativa, la gran mayoría de los elementos paleotropicales desaparecieron de
Europa antes de las glaciaciones del Pleistoceno, durante los cambios climáticos
del Mioceno Superior.
Si frecuentemente se ha dicho que
la pérdida de la flora del Terciario se debió al frío y a la barrera del mediterráneo, me atrevo a
afirmar que realmente no fueron ni uno ni otro. El Mar Mediterráneo no nos ha separado sino unido por millones de
años con el norte de Marruecos, solo hace falta ver como compartimos tanto
geología como clima y flora durante todo el Cenozoico.
La verdadera causa fue la aridez.
Resulta una obviedad que no podría haber vuelto esa laurisilva tan dependiente
de la humedad sobre un clima
mediterráneo. ¿Qué otra cosa no caracteriza más nuestro clima que la sequía del cálido verano? Pero incluso en el
caso de que el clima fuera el ideal, las cosas no pudieron volver a un estado anterior
como en la costa oeste de América, dado que el refugio de las costas cálidas y
húmedas de Centroamérica no pudo ser posible por la permanencia de una barrera
árida que comienza hace entre 6 y 5 millones de años, durante el Messiniense, cuando
el mediterráneo se secó repetidas veces formando un vasto paisaje árido y
salino. Este episodio debió ser letal para la laurisilva y aprovechado
para la entrada de nuevas especies en
Europa procedentes de las estepas asiáticas y de zonas áridas africanas.
Posteriormente, en el Plioceno (5.3-1.64 millones de años) la
formación del istmo de Panamá cambio la circulación marina en el Atlántico
norte formándose el actual desierto del
Sahara que permanecería hasta la actualidad.
Los supervivientes de estos
acontecimientos aun tuvieron que sufrir los cambios climáticos del Pleistoceno que
en esta zona del planeta fueron muy bruscos, dada la dependencia climática de
la "circulación termohalina" y la corriente cálida del Golfo Algunas especies puede que no tuvieran el
tiempo necesario para "hacer las maletas".
Por ejemplo, la última fase glacial entre el 19.000 y el 14.700 antes del
presente tuvo un efecto especialmente perturbador frente a nuestras costas
atlánticas dado que la gran masa de hielo entre Europa y América emitía enormes cantidades de icebergs hacia
las costa de la Península Ibérica (espisodio Heinrich) que enfriaban
intensamente el agua e incidían en evitar la formación de la Corriente
Termohalina del Golfo. Sin embargo esto acabará de forma brusca. Para entrar otra vez en un periodo de frio
intenso hace 13.000 años (Dryas reciente, llamado así por la extensión desde la
tundra del ártico de la planta alpina Dryas octopetala). Es decir, se pasó
de un extremo a otro en muy poco tiempo geológicamente
hablando. Aún sorprende más como acabó todo, pues después de unos 1.300 años,
en sólo décadas, bruscamente la
corriente del golfo volvió a aparecer y el clima se volvió definitivamente más
cálido.
Por tanto, y como conclusión,
resulta evidente que nuestra vegetación ha sufrido tantos cambios que es de
esperar que sea distinta a la que forma un bosque tan estable como los de los
gigantes americanos o las selvas húmedas, incluidas las laurisilvas. Nuestros ecosistemas, como los del resto de
Europa, son muy modernos, formado por algunos (muy pocos) árboles y
arbustos descendientes de los bosques
del terciario; mientras que las etapas
degradadas o áridas están formadas frecuentemente por especies de matorral llegadas
de lejanas zonas áridas cuando el mar mediterráneo se secó; completándose con
la entrada de vegetación del norte durante los periodos fríos, que quedaron en
nuestras montañas y también en los bosques de ribera.
Los actuales bosques mediterráneos
tienen como vegetación potencial o clímax aquellas especies de estrategia de la
k, es decir que buscan las condiciones de estabilidad y permanencia. Son éstas,
las poquísimas especies supervivientes de las selvas de laureles del Terciario,
que persistieron por su adaptación a la sequía. Una de ellas, la encina, más
adaptada al frío, tendría una pobrísima representación hasta prácticamente el Neolítico. Hasta entonces no
quedaron definitivamente configurados nuestros ecosistemas naturales, cuando la
actividad humana ya incidía sobre estos ecosistemas pues el paisaje aún no
estaba definitivamente asentado, especialmente reseñable seria la incidencia en
los ecosistemas del uso del fuego. Una de las causas del declive de los robles
en la configuración actual del monte mediterráneo fue su escasa resistencia al
fuego, por el contrario la encina y, aún más, el alcornoque con su protección
de corcho resultarían beneficiados.
En definitiva, nuestros bosques
mediterráneos, no son ecosistemas heredados antiguos sino muy modernos formado
por retazos de otros lugares, e influenciados por la temprana actividad humana.
Aún así, estos "ecosistemas mestizos", guardan la mayor biodiversidad
de Europa occidental.
En este sentido, me atrevo a
decir aquello de que "el árbol no nos ha dejado ver el bosque". Pues
la transformación del bosque mediterráneo no solo lo ha degrado si no que ha
condicionado nuestra imagen de él, dado que en parte lo hemos creado a nuestra
conveniencia.
Este lugar tiene una explicación de los acontecimientos del Terciario, incluye un interesante vídeo.
https://sites.google.com/site/historiadelatierra05/la-tierra-en-la-era-terciaria-cenozoico
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