martes, 2 de septiembre de 2014

ORIGEN Y PRESENTE DEL MONTE MEDITERRÁNEO PARTE 2: LA FORMACIÓN

Repasemos brevemente la historia de nuestros montes desde sus orígenes en el Terciario o más correctamente desde el Cenozoico anterior al Cuaternario.

El Reino Holártico durante el final del Cretácico y gran parte del Terciario estuvo poblado por dos cinturones de vegetación de características diferentes. Al norte la Geoflora Arctoterciaria y al sur la Geoflora Paleotropical.

El cinturón de la Geoflora Paleotropical  limitaba al norte con la Geoflora Arctoterciaria  siguiendo un paralelo que correspondería con el sur de Dinamarca; mientras que por el sur no pasaría de la estrecha franja costera de clima mediterráneo actual del norte de África, entre Marruecos y Túnez.  En la costa oeste de América comprendería por el norte toda la actual costa oeste de los Estados Unidos hasta su límite con Canadá y por el sur llegaría hasta  lo que hoy es Panamá que por entonces no estaba conectado con América del Sur.


A la izquierda foto de Laurisilva en la Isla del Hierro realizada por José Mesa.

Los bosques paleotropicales estaban  principalmente formados por especies perennes y bosques de laurel o laurisilvas. Teniendo un desarrollo óptimo durante el Eoceno inferior y medio. Se especula que este tipo de selva tuviera un origen europeo por su relativo aislamiento  durante el Paleoceno. Tras su desaparición en Europa, sería apenas reconocible  en ciertos quejigares de barrancos húmedos en Cádiz y Málaga. Estos bosques complejos que han tardado millones de años en formarse han  persistido; pero no  adaptándose a los cambios climáticos, sino  desplazándose por amplias zonas tropicales  y subtropicales de todo el planeta.  La laurisilva ha sido heredada por zonas de las Islas Canarias, Nueva Zelanda, Sur de Japón o Florida, por citar unas pocas.

Durante el Oligoceno Inferior, a consecuencia de un enfriamiento climático, la Península pierde parte de su flora tropical, mientras que recibe muchos taxones arctoterciarios  de mayor plasticidad ecológica a cambios climáticos. Esto no perjudicó a la flora lauroide Norteamérica pues las cadenas montañosas facilitaron el refugio del bosque en el sureste y en la costa pacífica. En Europa la geoflora paleotropical se topó con obstáculos difíciles de flanquear como la disposición en barrera de las cordilleras (Pirineos y Alpes) y  el Mar Mediterráneo.

Las distintas estrategias de supervivencia marcaron el futuro de las especies. Algunas se salvaron por dispersar sus semillas los pájaros, colonizando las Canarias y demás islas Atlánticas de la Macarronesia. Otras como las grandes coníferas Sequoia, Cryptomeria, Taxodium o Tsuga no tuvieron esa capacidad, formaban parte de ecosistemas muy asentados, eran especies muy longevas  y, por tanto, tenían un ciclo de vida muy largo. Esto representa una estrategia evolutiva conocida como estrategia de la k, una estrategia de permanencia propia de ambientes estables. Resulta curioso que las gimnospermas que han quedado en Europa son típicamente plantas con estrategia colonizadora o de ambientes menos estables (estrategia de la r) como los pinos, que pudieron con más facilidad escapar a los cambios; siendo la excepción el pino salgareño (Pinus nigra subsp. salzmanni)  que reforzando mi planteamiento es nuestra  especie de pino más antigua  y también la más longeva (en Cazorla hay ejemplares de más de 1.100 años de edad).
  
Al contrario de lo que se puede encontrar en la bibliografía divulgativa, la gran mayoría de los elementos paleotropicales desaparecieron de Europa antes de las glaciaciones del Pleistoceno, durante los cambios climáticos del Mioceno Superior.

Si frecuentemente se ha dicho que la pérdida de la flora del Terciario se debió al frío  y a la barrera del mediterráneo, me atrevo a afirmar que realmente no fueron ni uno ni otro. El Mar Mediterráneo  no nos ha separado sino unido por millones de años con el norte de Marruecos, solo hace falta ver como compartimos tanto geología como clima y flora durante todo el Cenozoico.
La verdadera causa fue la aridez. Resulta una obviedad que no podría haber vuelto esa laurisilva tan dependiente de la humedad  sobre un clima mediterráneo. ¿Qué otra cosa no caracteriza más nuestro clima que la  sequía del cálido verano? Pero incluso en el caso de que el clima fuera el ideal, las cosas no pudieron volver a un estado anterior como en la costa oeste de América, dado que el refugio de las costas cálidas y húmedas de Centroamérica no pudo ser posible por la permanencia de una barrera árida que comienza hace entre 6 y 5 millones de años, durante el Messiniense, cuando el mediterráneo se secó repetidas veces formando un vasto paisaje árido y salino. Este episodio debió ser letal para la laurisilva y aprovechado para  la entrada de nuevas especies en Europa procedentes de las estepas asiáticas y de zonas áridas africanas.
Posteriormente, en el Plioceno (5.3-1.64 millones de años) la formación del istmo de Panamá cambio la circulación marina en el Atlántico norte formándose  el actual desierto del Sahara que permanecería hasta la actualidad.

Los supervivientes de estos acontecimientos aun tuvieron que sufrir los cambios climáticos del Pleistoceno que en esta zona del planeta fueron muy bruscos, dada la dependencia climática de la "circulación termohalina" y la corriente cálida del Golfo  Algunas especies puede que no tuvieran el tiempo necesario para "hacer las maletas".

Por ejemplo, la última fase  glacial entre el 19.000 y el 14.700 antes del presente tuvo un efecto especialmente perturbador frente a nuestras costas atlánticas dado que la gran masa de hielo entre Europa y América  emitía enormes cantidades de icebergs hacia las costa de la Península Ibérica (espisodio Heinrich) que enfriaban intensamente el agua e incidían en evitar la formación de la Corriente Termohalina del Golfo. Sin embargo esto acabará de forma brusca.  Para entrar otra vez en un periodo de frio intenso hace 13.000 años (Dryas reciente, llamado así por la extensión desde la tundra del ártico de la planta alpina Dryas octopetala). Es decir, se pasó de  un extremo  a otro en muy poco tiempo geológicamente hablando. Aún sorprende más como acabó todo, pues después de unos 1.300 años, en sólo décadas, bruscamente  la corriente del golfo volvió a aparecer y el clima se volvió definitivamente más cálido.
Por tanto, y como conclusión, resulta evidente que nuestra vegetación ha sufrido tantos cambios que es de esperar que sea distinta a la que forma un bosque tan estable como los de los gigantes americanos o las selvas húmedas, incluidas las laurisilvas.  Nuestros ecosistemas, como los del resto de Europa, son muy modernos, formado por algunos (muy pocos) árboles y arbustos  descendientes de los bosques del terciario;  mientras que las etapas degradadas o áridas están formadas frecuentemente por especies de matorral llegadas de lejanas zonas áridas cuando el mar mediterráneo se secó; completándose con la entrada de vegetación del norte durante los periodos fríos, que quedaron en nuestras montañas y también en los bosques de ribera.

Los actuales bosques mediterráneos tienen como vegetación potencial o clímax aquellas especies de estrategia de la k, es decir que buscan las condiciones de estabilidad y permanencia. Son éstas, las poquísimas especies supervivientes de las selvas de laureles del Terciario, que persistieron por su  adaptación  a la sequía. Una de ellas, la encina, más adaptada al frío, tendría una pobrísima representación hasta  prácticamente el Neolítico. Hasta entonces no quedaron definitivamente configurados nuestros ecosistemas naturales, cuando la actividad humana ya incidía sobre estos ecosistemas pues el paisaje aún no estaba definitivamente asentado, especialmente reseñable seria la incidencia en los ecosistemas del uso del fuego. Una de las causas del declive de los robles en la configuración actual del monte mediterráneo fue su escasa resistencia al fuego, por el contrario la encina y, aún más, el alcornoque con su protección de corcho resultarían beneficiados.

En definitiva, nuestros bosques mediterráneos, no son ecosistemas heredados antiguos sino muy modernos formado por retazos de otros lugares, e influenciados por la temprana actividad humana. Aún así, estos "ecosistemas mestizos", guardan la mayor biodiversidad de Europa occidental.

En este sentido, me atrevo a decir aquello de que "el árbol no nos ha dejado ver el bosque". Pues la transformación del bosque mediterráneo no solo lo ha degrado si no que ha condicionado nuestra imagen de él, dado que en parte lo hemos creado a nuestra conveniencia.

Este lugar tiene una explicación de los acontecimientos del Terciario, incluye un interesante  vídeo.
https://sites.google.com/site/historiadelatierra05/la-tierra-en-la-era-terciaria-cenozoico

No hay comentarios:

Publicar un comentario

AGUA + S ¿Una solución viable o un “relato verde”?

  Unos investigadores de la Universidad de Málaga idean un proyecto para combatir la sequía que podría ser implantado en la Comarca de la Ax...