domingo, 26 de febrero de 2017

DINAMISMO DE LOS ECOSISTEMAS FORESTALES BAJO PERTURBACIÓN

Nuestra realidad cambia a ritmo frenético, sentimos como nuestro ambiente se transforma de forma vertiginosa y su predicción se ha vuelto una urgente necesidad. Sin embargo, la predicción  en el campo del medio ambiente descoloca a la tradicional ciencia de la naturaleza, y todo porque la interacción humana siempre está  presente en el medio. El científico no puede  aislar como hace en el laboratorio el medio de investigación, obviamen
te no puede excluir al ser humano; pero sobre todo no puede "detener" los acontecimientos provocados por la actividad humana. Aunque así lo pretenda, no entra dentro de las competencia de los ecólogos predecir, como tampoco, dicho sea de paso, pueden realmente predecirse los cambios sociales y su efecto ambiental por otras ciencias como la economía o  la sociología.


Centrándonos en el medio forestal, nos encontramos con cambios continuos e impredecibles provocados por la actividad humana a escala local y global. Aún observando que dejamos poco margen a los ecosistemas naturales cuando transformamos tan intensamente el medio, la ciencia quiere plantear qué pasará con el ecosistema en plazos breves en los que tenga un respiro para, digamos, reconstruirse. Para ello hemos creado modelos reducidos de estos ecosistemas forestales que,  aun  a sabiendas de sus limitaciones, nos han servido para predecir los cambios. Aunque la realidad es que quizá nos sirvan hoy menos que ayer.

Si echamos la vista atrás (mírese las ortofotos del vuelo americano de 1957), nos encontramos que los indicadores de pérdida de biodiversidad actuales no van correlacionados con la superficie transformada. Hoy hemos recuperado para el monte muchos miles de hectáreas y sin embargo seguimos perdiendo especies y los ecosistemas no dejan de degradarse.

Esto ocurre en primer lugar por la complejidad de los ecosistemas.  Se enseña que un ecosistema funciona como un sistema de redes en el que cada especie es un nodo que se conecta e interacciona con el resto. Nuestro primer acercamiento a estas relaciones ha sido en un espacio topográfico, y así se valoran comúnmente a través del manejo de SIG (sistemas de información geográfica). Aquí encontramos la primera dificultada para predecir las consecuencias de los cambios territoriales, pues en realidad las relaciones se mueven en un espacio más sutil que no se mide en distancias físicas, lo hace en un espacio topológico como lo llama Margalef. Esto complica mucho nuestra manera de interpretar  las verdaderas consecuencias de las transformaciones o actuaciones, del uso y gestión forestal.

 No obstante, toda la planificación que se hace se basa en la creencia de poder predecir  el futuro de los ecosistemas. Desgraciadamente la ciencia está demostrando la imposibilidad de  poder predecir las consecuencias  de los cambios en el medio. Los nuevos descubrimiento dentro de la física sobre las estructuras de no equilibrio en las que se basa la vida, y de las que los sistemas ecológicos son  ejemplos, muestran que están afectados como dice Ilya Prigogine, por la flecha del tiempo.  Así, podemos saber la historia de  sistemas ecológicos que se han degradado; intuimos que ese sistema tiende a un óptimo o madurez; pero no sabemos con certeza si llegará en algún momento a ese estado.
Ahora bien, intuimos que el paso del tiempo se manifiesta por los cambios.  Por ello en este progreso acelerado, cuantos más cambios se produzcan más se evidenciará la irreversibilidad del tiempo
En teoría estos cambios son admitidos más fácilmente por sistemas maduros, que apenas cambian en apariencia. En este sentido los sistemas inmaduros que son los que nos encontramos mayormente en nuestro medio natural, ya sea por explotación o por exclusión provocada por alguna perturbación permanente, están sujetos  a continuos cambios que pueden acercarles a un límite peligroso de no retorno.

El ecosistema en si puede tener o, al menos así los creen muchos ecólogos, una memoria que le permite salvar ciertos cambios. Se dice que el ecosistema ha interiorizado estos cambios, sería el caso de los incendios y sequias en el clima mediterráneo.

Parece incluso que la estructura actual de la vegetación mediterránea obedezca a una selección de factores ambientales en los que ha jugado un papel importante la especie humana durante miles de años, principalmente a través del uso del fuego y luego del ganado.
Tenemos evidencia, por los recientes estudios de palinología, que los ecosistemas han podido soportar cambios bruscos y tan largos que duraron miles de años, como los ocurridos durante las últimas pulsaciones climáticas. Los ecosistemas forestales marchaban y volvían otra vez, ya que fueron tiempos demasiado cortos como para cambiar la flora por el mecanismo evolutivo. Aquellos bosques no desaparecían, migraban; y algunos, como los más termófilos en los periodos glaciales no dejaron huella pues cubrieron tierras ahora bajo los fondos costeros del mar.

Esta persistencia de nuestros bosques a los grandes cambios climáticos obedece como siempre a la respuesta que la naturaleza da a los eventos que a lo largo de  millones de años ha configurado los sistemas de la vida en la Tierra.

Nada en la historia reciente de la vida sobre la tierra es comparable a las actuales transformaciones, por lo que no esperable una respuesta de recuperación de los ecosistemas, quizá esta sea la principal causa de la actual  extinción masiva de las especies. Son cambios para los que no hay repuesta genética de las especies ni está en la memoria de los sistemas ecológicos; un cambio climático al menos tendría un precedente.

Año 1957. Dehesa en Huelva. Fuente REDIAM
Por tanto, el cambio forma parte tanto de la naturaleza y no han de ser estrictamente irreversible; aunque, como dice Prigogine, la sociedades humanas son un ejemplo evidente  de  cambio irreversible. Paradójicamente se ha obviado durante mucho tiempo el papel irreversible de la actividad humana, quizá hasta la aparición de las evidencias del cambio climático ( y no sé bien el porqué ahora se pone el foco en esa cuestión particular).


Año 2011. Dehesa en Huelva. Fuente REDIAM

A pesar de ello, se sigue planteado la gestión de los ecosistemas forestales en base a modelos definidos únicamente por unos datos del clima y la geología del terreno. No  estamos interpretando la realidad si no una ficción, como alguien dijo, un  bosque con gnomos. La actividad humana sobre el territorio, directa e indirectamente afectando a las masas forestales es lo suficientemente perturbadora sobre las relaciones ecológicas para transformar irreversiblemente estos ecosistemas primitivos, de hecho ya lo hace y lo preocupante no es desconocer las consecuencias del actual cambio si no de los futuros, pues todo ocurre aceleradamente. Dentro de los cambios globales está el incremento de los gases de efecto invernadero, pero sobre ecosistemas forestales enteros incide la acelerada transformación de territorio fragmentando los ecosistemas, la introducción de especies exóticas, la renovación continua genética de los cultivos, de los medios de producción químicos,  de la intensificación en la gestión del ganado y la caza en el monte, etc.
Tratemos entonces a los ecosistemas en su realidad, condicionado por la actividad humana que el gestor no puede corregir.

Ahora bien, valoremos adecuadamente la incidencia de nuestras acciones, pues frecuentemente  observamos los efectos y buscamos causas con ciertos prejuicios. Decía Hume que el principio de causa y efecto viene determinado por nuestra experiencia.
Resulta favorable culpar de un daño a una causa ajena, de origen difuso o lejano, dejando así en segundo lado las causas que nos hacen responsable directamente.  Actualmente se tiende a culpar al cambio climático de todo tipo de disturbios ecológicos anteponiéndolo a causas más directas como una mala gestión del monte que provoca la aparición de problemas sanitarios y el decaimiento del arbolado, o falta de regeneración.
Se reconocen  fácilmente a estas  por su extensión, como perturbaciones sistémicas,  es decir, las que afectan a todo el ecosistema independientemente de su intensidad, son las a tener más en cuenta. Es necesario comentar esto, puesto que muchas veces al hablar de un ecosistema delimitamos un parte de él, y otras veces nos referimos a su totalidad.  Un organismo puede recuperarse de una grave herida, y vivir tras serle amputado un miembro, estos traumas son muy visibles; pero un daño menos llamativo que afecte a todo el organismo puede ser fatal.

Así en ciertas zonas del norte de África, una formación sabanoide  en un clima seco puede haber soportado fuertes periodos de sequía y persistir; pero una vez explotada por la  ganadería puede transformarse rápidamente tras la primera fuerte sequía en un  desierto. Este fenómeno ya ha ocurrido  incluso en lugares en los que el ganado lleva siglos allí. Lo que ha cambiado es que se han roto los equilibrios entre el pasto y su carga, que ahora no disminuye en estos periodos de sequía por el apoyo con piensos, provocando cargas antinaturales sobre el ecosistema sometido a estrés.

De igual forma, este caso ha sido ya expuesto al hablar de la dehesa en el Andévalo. Un ecosistema en situaciones límite  no puede admitir una intensa explotación, existe un punto de pérdida irreversible; pero solamente conoceremos ese punto cuando lo hayamos rebasado y sea demasiado tarde.

Referencias:
Margalef, R. 1991. Teoría de los sistemas ecológicos. Publicacions de la
Universitat de Barcelona, Barcelona. 290 pp.

Prigogine, Ilya 1997. Las leyes de caos. Critica, S.L. Barcelona. 155 pp.

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