Nuestra realidad cambia a ritmo
frenético, sentimos como nuestro ambiente se transforma de forma vertiginosa y
su predicción se ha vuelto una urgente necesidad. Sin embargo, la
predicción en el campo del medio
ambiente descoloca a la tradicional ciencia de la naturaleza, y todo porque la
interacción humana siempre está presente
en el medio. El científico no puede
aislar como hace en el laboratorio el medio de investigación, obviamen
te
no puede excluir al ser humano; pero sobre todo no puede "detener"
los acontecimientos provocados por la actividad humana. Aunque así lo pretenda,
no entra dentro de las competencia de los ecólogos predecir, como tampoco,
dicho sea de paso, pueden realmente predecirse los cambios sociales y su efecto
ambiental por otras ciencias como la economía o
la sociología.
Centrándonos en el medio
forestal, nos encontramos con cambios continuos e impredecibles provocados por
la actividad humana a escala local y global. Aún observando que dejamos poco
margen a los ecosistemas naturales cuando transformamos tan intensamente el
medio, la ciencia quiere plantear qué pasará con el ecosistema en plazos breves
en los que tenga un respiro para, digamos, reconstruirse. Para ello hemos creado
modelos reducidos de estos ecosistemas forestales que, aun a
sabiendas de sus limitaciones, nos han servido para predecir los cambios.
Aunque la realidad es que quizá nos sirvan hoy menos que ayer.
Si echamos la vista atrás (mírese
las ortofotos del vuelo americano de 1957), nos encontramos que los indicadores
de pérdida de biodiversidad actuales no van correlacionados con la superficie
transformada. Hoy hemos recuperado para el monte muchos miles de hectáreas y
sin embargo seguimos perdiendo especies y los ecosistemas no dejan de
degradarse.
Esto ocurre en primer lugar por
la complejidad de los ecosistemas. Se
enseña que un ecosistema funciona como un sistema de redes en el que cada
especie es un nodo que se conecta e interacciona con el resto. Nuestro primer
acercamiento a estas relaciones ha sido en un espacio topográfico, y así se
valoran comúnmente a través del manejo de SIG (sistemas de información
geográfica). Aquí encontramos la primera dificultada para predecir las
consecuencias de los cambios territoriales, pues en realidad las relaciones se
mueven en un espacio más sutil que no se mide en distancias físicas, lo hace en
un espacio topológico como lo llama Margalef. Esto complica mucho nuestra
manera de interpretar las verdaderas
consecuencias de las transformaciones o actuaciones, del uso y gestión
forestal.
No obstante, toda la planificación que se hace
se basa en la creencia de poder predecir
el futuro de los ecosistemas. Desgraciadamente la ciencia está
demostrando la imposibilidad de poder
predecir las consecuencias de los
cambios en el medio. Los nuevos descubrimiento dentro de la física sobre las
estructuras de no equilibrio en las que se basa la vida, y de las que los
sistemas ecológicos son ejemplos,
muestran que están afectados como dice Ilya Prigogine, por la flecha del
tiempo. Así, podemos saber la historia
de sistemas ecológicos que se han
degradado; intuimos que ese sistema tiende a un óptimo o madurez; pero no sabemos
con certeza si llegará en algún momento a ese estado.
Ahora bien, intuimos que el paso
del tiempo se manifiesta por los cambios.
Por ello en este progreso acelerado, cuantos más cambios se produzcan
más se evidenciará la irreversibilidad del tiempo
En teoría estos cambios son
admitidos más fácilmente por sistemas maduros, que apenas cambian en
apariencia. En este sentido los sistemas inmaduros que son los que nos
encontramos mayormente en nuestro medio natural, ya sea por explotación o por
exclusión provocada por alguna perturbación permanente, están sujetos a continuos cambios que pueden acercarles a
un límite peligroso de no retorno.
El ecosistema en si puede tener
o, al menos así los creen muchos ecólogos, una memoria que le permite salvar
ciertos cambios. Se dice que el ecosistema ha interiorizado estos cambios,
sería el caso de los incendios y sequias en el clima mediterráneo.
Parece incluso que la estructura
actual de la vegetación mediterránea obedezca a una selección de factores
ambientales en los que ha jugado un papel importante la especie humana durante
miles de años, principalmente a través del uso del fuego y luego del ganado.
Tenemos evidencia, por los
recientes estudios de palinología, que los ecosistemas han podido soportar
cambios bruscos y tan largos que duraron miles de años, como los ocurridos
durante las últimas pulsaciones climáticas. Los ecosistemas forestales
marchaban y volvían otra vez, ya que fueron tiempos demasiado cortos como para
cambiar la flora por el mecanismo evolutivo. Aquellos bosques no desaparecían,
migraban; y algunos, como los más termófilos en los periodos glaciales no
dejaron huella pues cubrieron tierras ahora bajo los fondos costeros del mar.
Esta persistencia de nuestros
bosques a los grandes cambios climáticos obedece como siempre a la respuesta
que la naturaleza da a los eventos que a lo largo de millones de años ha configurado los sistemas
de la vida en la Tierra.
Nada en la historia reciente de
la vida sobre la tierra es comparable a las actuales transformaciones, por lo
que no esperable una respuesta de recuperación de los ecosistemas, quizá esta
sea la principal causa de la actual
extinción masiva de las especies. Son cambios para los que no hay
repuesta genética de las especies ni está en la memoria de los sistemas
ecológicos; un cambio climático al menos tendría un precedente.
Año 1957. Dehesa en Huelva. Fuente REDIAM |
Por tanto, el cambio forma parte
tanto de la naturaleza y no han de ser estrictamente irreversible; aunque, como
dice Prigogine, la sociedades humanas son un ejemplo evidente de
cambio irreversible. Paradójicamente se ha obviado durante mucho tiempo
el papel irreversible de la actividad humana, quizá hasta la aparición de las
evidencias del cambio climático ( y no sé bien el porqué ahora se pone el foco
en esa cuestión particular).
Año 2011. Dehesa en Huelva. Fuente REDIAM |
A pesar de ello, se sigue
planteado la gestión de los ecosistemas forestales en base a modelos definidos
únicamente por unos datos del clima y la geología del terreno. No estamos interpretando la realidad si no una
ficción, como alguien dijo, un bosque
con gnomos. La actividad humana sobre el territorio, directa e indirectamente
afectando a las masas forestales es lo suficientemente perturbadora sobre las
relaciones ecológicas para transformar irreversiblemente estos ecosistemas
primitivos, de hecho ya lo hace y lo preocupante no es desconocer las
consecuencias del actual cambio si no de los futuros, pues todo ocurre
aceleradamente. Dentro de los cambios globales está el incremento de los gases
de efecto invernadero, pero sobre ecosistemas forestales enteros incide la
acelerada transformación de territorio fragmentando los ecosistemas, la
introducción de especies exóticas, la renovación continua genética de los
cultivos, de los medios de producción químicos,
de la intensificación en la gestión del ganado y la caza en el monte,
etc.
Tratemos entonces a los
ecosistemas en su realidad, condicionado por la actividad humana que el gestor
no puede corregir.
Ahora bien, valoremos
adecuadamente la incidencia de nuestras acciones, pues frecuentemente observamos los efectos y buscamos causas con
ciertos prejuicios. Decía Hume que el principio de causa y efecto viene
determinado por nuestra experiencia.
Resulta favorable culpar de un
daño a una causa ajena, de origen difuso o lejano, dejando así en segundo lado
las causas que nos hacen responsable directamente. Actualmente se tiende a culpar al cambio
climático de todo tipo de disturbios ecológicos anteponiéndolo a causas más
directas como una mala gestión del monte que provoca la aparición de problemas
sanitarios y el decaimiento del arbolado, o falta de regeneración.
Se reconocen fácilmente a estas por su extensión, como perturbaciones
sistémicas, es decir, las que afectan a
todo el ecosistema independientemente de su intensidad, son las a tener más en
cuenta. Es necesario comentar esto, puesto que muchas veces al hablar de un
ecosistema delimitamos un parte de él, y otras veces nos referimos a su
totalidad. Un organismo puede
recuperarse de una grave herida, y vivir tras serle amputado un miembro, estos
traumas son muy visibles; pero un daño menos llamativo que afecte a todo el
organismo puede ser fatal.
Así en ciertas zonas del norte de
África, una formación sabanoide en un
clima seco puede haber soportado fuertes periodos de sequía y persistir; pero
una vez explotada por la ganadería puede
transformarse rápidamente tras la primera fuerte sequía en un desierto. Este fenómeno ya ha ocurrido incluso en lugares en los que el ganado lleva
siglos allí. Lo que ha cambiado es que se han roto los equilibrios entre el
pasto y su carga, que ahora no disminuye en estos periodos de sequía por el
apoyo con piensos, provocando cargas antinaturales sobre el ecosistema sometido
a estrés.
De igual forma, este caso ha sido
ya expuesto al hablar de la dehesa en el Andévalo. Un ecosistema en situaciones
límite no puede admitir una intensa
explotación, existe un punto de pérdida irreversible; pero solamente
conoceremos ese punto cuando lo hayamos rebasado y sea demasiado tarde.
Margalef, R. 1991. Teoría de los
sistemas ecológicos. Publicacions de la
Universitat de Barcelona, Barcelona. 290 pp.
Prigogine, Ilya 1997. Las
leyes de caos. Critica, S.L. Barcelona.
155 pp.
No hay comentarios:
Publicar un comentario