lunes, 13 de febrero de 2017

LA BURBUJA DE LOS CULTIVOS FORZADOS

Burbujas económicas y "no sostenibilidad ambiental" son conceptos paralelos. Al estar todo supeditado a una economía totalmente dominada por el balance de cuentas de las grandes entidades privadas, observamos la contradicción del discurso político del desarrollo sostenible con la reposición generación tras generación de infames clásicos ambientales como el "boom del ladrillo" y la falta de solución al abandono de los residuos.

Un ejemplo es lo ocurrido en la urbanización "El Quiñón" en Seseña, un modelo del "pelotazo" urbanístico nacional  que volvió a ser noticia con el incendio del "mayor cementerio de neumáticos de Europa". Un cámara de televisión tuvo el acierto de tomar una imagen que recogía toda la información, por un lado las amenazantes nubes tóxicas sobre las uniforme hileras de pisos y en la avenida un cartel anunciador con el texto : "Seseña, ciudad sostenible".


Supongo que con la sostenibilidad ocurre como con otros términos de moda, y se hace un uso abusivo para intentar  mejorar la imagen dañada.

Casi en oposición a la imagen del desarrollismo  se encuentra el campo, nuestro abandonado medio rural. No se suele usar el término sostenible para referirse a él, pues parece que no lo necesitara. Pero esto puede estar cambiando.

En el mundo financiero el apoyo al sector agrícola ha tenido una imagen "ambientalista" frente al urbanístico. Además con la actual crisis, los capitales expulsados del negocio urbanístico han encontrado en la moderna agricultura un negocio muy rentable,  al menos mientras dure el abaratamiento del petróleo.

Almería y su mar de plástico resultaría el paradigma del coste ambiental de los cultivos forzados, con sus enormes cantidades de residuos no biodegradables, fertilizantes, plaguicidas, desaladoras... Este es un problema ambiental localizado.  No es este el grave problema, sino aquel el que se extiende por nuestros campos y montes. Les hablo de la generalización del regadío, de la fertilización intensiva, del uso de herbicidas y plaguicidas, que está transformando el territorio como jamás antes haya ocurrido y a un ritmo vertiginoso. Se trata además de la expulsión de  ecosistemas mediterráneos milenarios.

Para salvar esta problemática la política ambiental cuenta con el instrumento llamado “ordenación del territorio” que, para su verdadera efectividad, debería adelantarse a las grandes transformaciones y valorar con cierta sensibilidad los sistemas naturales; lo que no siempre ocurre, pues la realidad es que las transformaciones se realizan frecuentemente sin previa planificación y supeditadas tan sólo a criterios económicos de corto plazo.

Sabemos que las graves pérdidas ecológicas, llegando a tener repercusión global, son causadas por impactos locales como la fragmentación de los hábitats naturales como  bosques o vegetación de ribera (ver entrada: Una valoración ambiental de la transformación del territorio: La pérdida de conectividad y la fragmentación).  La ordenación del territorio intenta salvaguardar los “procesos ecológicos”  reduciendo la destrucción de estos espacios mediante una valoración de conjunto que contempla figuras como bosques islas y corredores ecológicos. Esta valoración paisajística del ecosistema resulta insuficiente, pues solo se preocupa de la  conectividad topográfica; las complejas relaciones ecológicas requieren de una valoración distinta, como resulta  de comprender la permeabilidad topológica del sistema. Esto es, no importan tanto las distancias como lo qué ocurre en el espacio que las separa.  Por ejemplo, un olivar de secano tradicional no separa dos enclaves forestales, forma parte del mismo agrosistema; si se transforma en un cultivo intensivo puede suponer un espacio indeseable para la biocenosis circundante, pero también una fuente de distorsión sobre las relaciones ecológicas de alrededor como bosques o riberas.


Antes (2001) y después (2015), cerca del Cabo de Gata en Almería


Entender la compleja trama de los ecosistemas es difícil; pero entender la intensidad de las perturbaciones en los espacios agrícolas es fácil. Solo hace falta sumar: fertilizantes, herbicidas, cubiertas de plástico, fitosanitarios, hormonas vegetales, uniformidad genética, movimientos de tierra, alteración de cauces, erosión, uso de aguas superficiales, extracción de acuíferos, mecanización...  Y todos estos elementos (salvo los plásticos) aparecen con más frecuencia cada día en la explotación forestal, caso de la  celulosa, o la biomasa energética.

La ordenación llega muchas veces demasiado tarde. Esta tardanza deja más abiertas las posibilidades para transformar el medio rural. En general la falta de planificación hace que no haya más límites ambientales que el cambio de uso de terrenos forestales o la transformación de grandes regadíos, por lo que una finca agrícola de regadío puede transformarse desde niveles relativamente bajos de intensidad a los más altos sin limitación ambiental.  Ahora pensemos en el último estadio,  como el cultivo hidropónico en invernadero:

·         Destrucción de los horizontes edáficos para nivelar el terreno. Esto puede acarrear importantes perturbaciones en la hidrología superficial y en ocasiones en los acuíferos.

·         Formación de una barrera ambiental:
ü  Físicamente, pues el invernadero queda aislado hasta tal punto que los polinizadores criados en "granjas" han de ser adquiridos por el agricultor para su suelta in situ.
ü  Químicamente, por el uso de acondicionantes, pesticidas y fertilizantes.

·         Cultivo sin suelo. El suelo queda inerte y desconectado de la biocenosis circundante, únicamente sirve de soporte del edificio, se cultiva en substratos inertes como la lana de roca que ha de sustituirse cada campaña, generando un residuo.

·         Residuos: contenedores de fitosanitarios, plásticos, substratos y residuos orgánicos del cultivo. Las explotaciones intensivas se convierten en productores de residuos como una industria. Algunos de estos residuos son tóxicos y peligrosos.

·         Vertidos:  No se suelen considerar los vertidos de estas fincas, en este caso se trata del agua de escorrentía de las cubiertas plásticas que suponen una alteración muy importante en la cuenca vertiente, pues al no haber infiltración aumentan los caudales punta y disminuyen los tiempos de concentración aguas abajo, haciendo más peligrosos los aguaceros. Aparecen daños por riadas, donde antes no los hubo.

·         Urbanización: Este tipo de cultivo requiere de instalaciones importantes con naves para maquinaria y almacén. Además va acompañado de una demanda importante de mano de obra que requiere de servicios, a veces de alojamiento con todo lo que ello conlleva (infraestructuras de saneamiento, vertidos y basuras). Parejo a estas construcciones, se mejora la infraestructura viaria y los caminos de tierra se convierten en vías con pavimento  de alquitrán, ya permanente,  en consecuencia se hacen cunetas y pasos de agua.

Las Malvinas, Moguer (Huelva)


Toda esta transformación puede darse sin apenas impedimento ambiental si se parte de un suelo ya agrícola. Ahora bien, el huerto tradicional y esta agricultura industrial, están tan distanciadas como el garaje del vecino y un taller de mecánica. Aunque, por suerte, a mi vecino no le permiten convertir su garaje en un taller  por que lo impide la normativa urbanística.
 
Invernaderos colgantes en Adra (Almería)
Invernaderos en la playa en Adra. Foto del Autor.

Invernaderos en Adra. Foto del Autor.
Únicamente el mercado determina el futuro de estas explotaciones.  La paradoja es que, cuando la burbuja estalle, el abandono producirá un daño ambiental secundario mayor.  Recuerdo hace años haber visto  invernaderos abandonados, rotos al viento como un velero tras una batalla, repartiendo fragmentos de plástico,  incluso junto al mar en la costa entre Adra y Motril; los plásticos acumulados y quemados, los botes de fitosanitarios flotando en lagunas o arroyos, no es tanto un síntoma de incivismo como de falta de planificación; pues toda burbuja económica es fruto de la incapacidad de planificación de la Administración.


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