miércoles, 28 de febrero de 2018

LOS CIMIENTOS SOBRE LOS QUE SE CONSTRUYEN LOS BOSQUES. El SUELO FORESTAL


El naturalista de tarde de sofá ante el documental de la 2 se maravilla ante ese verde paisaje repleto de vida salvaje -ya sea bosque, selva o sabana- sin reparar que todo se mantiene  gracias al ecosistema subterráneo que se encuentra oculto a sus ojos.


El suelo vivo, que para simplificar llamaremos aquí suelo forestal, aunque no forma parte del paisaje es la base del ecosistema. Nuestra experiencia nos lo revela. Sabemos que tras eliminar completamente el arbolado y demás vegetación, algo tan habitual en nuestros montes como la corta a hecho y desbroce, aparecerá tan rápidamente como llegue la estación favorable la respuesta regenerativa del bosque con el rebrote desde los tocones y raíces o el reclutamiento de una nueva generación de plantas del banco de semilla del suelo. La herida es rápidamente reparada y la  biocenosis se restablece.

En algunos bosques este plazo nos puede parecer largo; pero igualmente podríamos haber hablado de una pradera o una sabana, en donde el pasto desaparece totalmente en la temporada seca  o bajo el hielo invernal para reaparecer pocos meses después  espectacularmente en la estación favorable gracias al suelo, que no descansa.


Al contrario, supongamos que en lugar de cortar las plantas únicamente elimináramos la vida del suelo; como se ha hecho en agricultura intensiva inyectando previo al cultivo el esterilizante del suelo bromuro de metilo que acaba con las plantas y sus propágulos como semillas, animales, hongos, bacterias... La consecuencia es inmediata para todo los seres vivos, toda la vida en general sucumbe inmediatamente.





Estos animales disecados solamente son una carcasa hueca, como mucho representan una imagen de los seres vivos.  De igual forma que ellos, el ecosistema forestal está vivo gracias a sus entrañas que están en el suelo.





Un reflejo subterráneo del bosque con un entramado de raíces equivalente a la ramas, el soporte  físico del bosque y el  cobijo para la fauna. Si hasta aquí podemos visualizar el suelo nos quedamos en la epidermis del sistema. ¿Recuerdan aquella película en la que viajaban por el interior del cuerpo humano? Supongamos entonces que penetráramos en el interior del suelo para movernos tan solo a unos pocos centímetros con una nave minúscula dotada de todo tipo de sensores. Nos encontraríamos con un mundo en miniatura  que cuenta con su propia atmósfera y  una  biodiversidad  mucho más rica que la superficial, son miles de especies de  bacterias, hongos, actinomicetos, levaduras, protozoos, algas nematodos, lombrices, insectos, ácaros, etc. Compitiendo; pero, sobre todo, compartiendo una enorme cantidad de  información, colaborando a ritmo vertiginoso, tal dinamismo que haría que el mundo exterior del bosque nos pareciera quieto y estático.




Es trascendental entender que el suelo es un medio vivo íntimamente vinculado  al ecosistema (clima, plantas y animales), mientras que el suelo mineral, en general,  no ha sido generado in situ y forma parte de un ciclo geológico global en el que intervienen los agentes atmósféricos para disgregar los materiales de partida  transportados ladera abajo o a largas distancias arrastrados por  la arroyada o el peso del hielo, los cauces fluviales  o el viento. A  partir de estos materiales minerales se forma un suelo forestal  que alcanza un equilibrio con  la vegetación y el clima, de tal forma que el suelo maduro así formado se desvincula de su origen mineral (para entenderlo véase más adelante qué es el humus).

 No obstante, cuando el bosque se explota, degrada o elimina  aparece el carácter de este suelo mineral, que también puede considerarse un suelo fósil, como ocurre con los terrenos puestos en cultivo. Un caso particular es el de las tierras agrícolas mediterráneas, en donde el clima resulta especialmente agresivo para la estabilidad física del suelo. Aquí aparece una equivocada problemática ambiental del suelo, centrada en la llamada “pérdida del suelo”. Desde hace décadas vemos el énfasis que se ha puesto en la protección de estos suelo agrícolas en relación a su perdida, tanto que se ha terminado por igualar los conceptos “desertificación” y erosión.

Dense cuenta que el que les habla es ingeniero forestal y mi gremio lleva más de un siglo trabajando contra la erosión;  pero, atención, no para evitarla, si no para evitar sus efectos catastróficos: riadas e inundaciones o el movimiento de las dunas.


Tradicionalmente se ha entendido que la desertificación  es el proceso de deterioro de la productividad de los suelos producido o propiciado por la actividad humana. En la actualidad, bajo el principio de la sostenibilidad,  se habla más de la degradación del suelo. En todo caso no se debe de medir por la erosión, como a veces parece.1

1) El Capítulo 12 del Programa 21 aprobado por la Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo (CNUMAD) define la desertificación como «la degradación de los suelos de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, entre ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas».

El enfoque incorrecto de la problemática del suelo se divulga en algunos documentos de de la administración  ambiental que presentan así una clara correlación entre la desertificación y la erosión  ante el estupor de muchos ingenieros forestales pues colocan a nuestras montañas, los terrenos de mayor valor forestal en nuestro ámbito mediterráneo, como las causantes de la gran pérdida de suelo de la región. ¿Acaso no es aquí donde se forma el material parental desde el que luego se formará el suelo de laderas, valles y zonas bajas?




En edafología se le llama al material no alterado también roca madre, una denominación poco apropiada pues físicamente los suelos se forman frecuentemente sobre materiales no consolidados; y tampoco suele ser cierto que el material madre o parental desde el que se forma el suelo sea el material geológico del lugar,  pues muchas veces el suelo se ha creado  a partir de depósitos  coluviales, fluviales o aluviales remotos.

La forma y distribución de las raíces en el suelo depende del clima y tipo de formación vegetal. Los árboles no dejan de emitir nunca finas raíces superficiales que buscan bajo la capa en descomposición llamada en inglés "litter"  los nutrientes liberados por los organismos; mientras que con otras raíces  exploran en profundidad el substrato mineral  en busca de humedad y minerales que luego bombean a la superficie. Con este proceso, además, extienden la  actividad biológica al medio mineral emitiendo exudados que posibilitan la  actividad de bacterias y hongos  necesarios para poner a disposición de la planta minerales asimilables que de otra forma no podrían ser aprovechados.

Toda esta actividad produce una alteración mayor de los minerales con importancia geológica como vamos brevemente a comentar.

Decía James Lovelock que sería fácil  conocer si en un planeta hubo vida, sin tan siquiera buscar fósiles, pues la vida cambia toda la geología original del planeta (incluida su atmósfera, claro está). Un ejemplo lo tenemos en las montañas de roca caliza, tan abundantes, todas tienen origen en la acumulación de fósiles marinos. El resto de rocas sedimentarias y sus derivadas metamórficas, proceden de depósitos  minerales formados con la contribución también de la actividad de los organismo del suelo, desde la raíces de las plantas a las minúsculas bacterias que alteran la composición química de los minerales de partida.

En este ciclo hay que destacar el papel del agua, que es el elemento fundamental en la disgregación de la roca y su meteorización; pero también en el transporte y acumulación de los últimos elementos del proceso, como arenas, limos y, los más finos, que son partículas coloidales que llamamos arcillas. Estas finas partículas de menos de 0,002 mm tienen interesantes propiedades físico-químicas, por lo que merecen una mención especial.

Las arcillas, por su  reducido tamaño, pasan a ser coloides.  La palabra coloide tiene la misma raíz etimológica que “cola”, adhesivo. Los coloides en su fase fluida o dispersa  pueden permanecer largo tiempo flotando en el medio como las microgotas que forman las nubes que,  a diferencia de  sus agregados las gotas de lluvia, nieve o granizo, no se precipitan al suelo.

Por esto la arcilla  puede quedar en suspensión en el agua durante bastante tiempo para finalmente depositarse lentamente en fondos fangosos de  marismas,  pantanos y, sobre todo, el fondo marino. En donde, con el correr de miles de años, enormes cantidades de sedimentos darán lugar a las rocas sedimentarias y metamórficas que emergerán empujadas por las fuerza de la corteza terrestre hasta formar montañas.

Lo realmente interesante de las arcillas son sus propiedades físico-químicas, de gran importancia para la fertilidad del suelo, pudiendo retener partículas con carga positiva  (cationes metálicos)  por adsorción  ( no confundir con absorción). La mayoría de estos cationes son nutrientes fundamentales para las plantas como K+, Mg++ +, Ca++  ( la forma iónica de potasio, magnesio, calcio).

En ciertas ocasiones el material mineral es muy rico en alguno de estos cationes hasta el punto de estar en exceso para el sistema, y hablamos de suelos básicos (exceso de Ca++  y Mg++ ), ultrabásicos de Mg++o incluso alcalinos (exceso de Na+).  En estas condiciones, por antagonismo, algunas plantas no pueden absorber ciertos nutrientes, aunque sean abundantes, como ocurre con el hierro (cuyo síntoma es una palidez, conocida como clorosis). En otras ocasiones el elevado valor del pH, modifica la solubilidad de algunos nutrientes como el fósforo, que quedan  secuestrados por los minerales del suelo.

Esta propiedad cohesiva tiene su cara negativa, pues los suelos arcillosos pueden presentar una deficiente aireación que dificulte la necesaria respiración de las raíces.


 Dado que la arcilla ayuda a retener los nutrientes que, de otra manera, disueltos en el agua podrían perderse empobreciendo más y más el suelo. La  pregunta es: ¿Qué ocurriría en un suelo sin arcilla, aunque sea tan fino y aparentemente favorable como el limo que retiene agua y aire por igual?

Las plantas lo han resuelto brillantemente, aunque mejor deberíamos decir el sistema, crea su propio medio óptimo para la vida a partir de sus propios residuos,  sus propias partículas coloidales:  el humus. ¿Existe un ejemplo más provechoso  del reciclaje? 

En mi opinión, el humus es una ejemplo de que la evolución alcanza logros de enorme complejidad no únicamente sobre las formas vivas si no sobre su medio. Este pensamiento ya planteado por el citado padre de la “Hipotesis Gaia” no suele contemplarse dentro de la evolución (en el  sentido más darwiniano)  que solamente la admite a los seres vivos.

El humus  (que quiere decir en latín suelo) es una sustancia extraordinaria, pues tiene las capacidades de la arcilla para retener los nutrientes  sin ninguno de sus inconvenientes. Los suelos ricos en humus tienen una estructura ideal, grumosa con gran capacidad para retener agua y aire igualmente.  De hecho el humus evita que los suelos arenosos pierdan agua y nutrientes fácilmente; airea los suelos arcillosos, y al ser ácido modera el ph de los suelos calizos, ultrabásicos o alcalinos.  Otras propiedades  son su estabilidad y persistencia en el suelo y su alta ligereza,  por eso en forma de mantillo o turba lo usamos en nuestras macetas.

La presencia de coloides del suelo (arcilla y humus) nos da una  primera aproximación a la medida de la fertilidad  que suele expresarse como la “capacidad de intercambio catiónico”o CIC.     Es una medida potencial,  pues depende de que esté saturado por cationes y que estos no sean sólo  uno de ellos como el Calcio o Magnesio.

Como los cationes son solubles en agua, pueden lavarse y perderse por lixiviación acabando en los acuíferos subterráneos. Especialmente en climas húmedos hay un riesgo de que los suelos se empobrezcan de esta forma, todo depende de la eficiencia del trabajo en equipo de los organismos del suelo para retener estos cationes y las raíces para capturarlos. Podemos así fácilmente imaginar la enorme  eficiencia que se da en las pluviselvas, solamente hay que ver la magnitud del flujo de nutrientes en la enorme biomasa generada.



El suelo se empobrece cuando la eficacia no es muy buena como ocurre en climas fríos, o cuando se produce una excesiva explotación como el caso de quema de pastos  en clima lluvioso con suelos arenosos (landas de brezo);  siendo una buena medida  de ello el bajo pH, puesto que los coloides que no disponen de otros cationes se rodean de  H+. 

Por tanto una elevada acidez del suelo es sinónimo de pobreza del suelo; pero también de toxicidad. Un componente común de las rocas son los alumino-silicatos, que al mineralizarse dan lugar en condiciones de extremo de acidez a la  alúmina Al+++ tóxica para las plantas.

Algunos cationes poco comunes en los suelos, como los metales pesados, pueden generar problemas de toxicidad, y no únicamente para las plantas. Podría parecer que suelos con elevado CIC puede igualmente retener a estos indeseables metales pesados procedente de la contaminación y que en los suelos ácidos los metales pesados (que son cationes) no son un problema; al contrario, muchos se movilizan con pH bajos entrando más fácilmente en los tejidos vegetales y de ahí al resto de organismos vivos, lo que se conoce como cadena trófica, al final de la cual solemos estar los seres humanos.

En definitiva, resumiría esta breve introducción al suelo forestal señalando que el  desprecio e ignorancia por lo que ocurre en este medio deriva en primer lugar de la actual visión economicista y cortoplacista del medio natural que convierte al suelo en un medio de cultivo mineral a manejar del que lo único que importa es que "se pierda" por la erosión cuando como hemos visto la erosión forma parte del ciclo natural; sin valorarse de igual manera la verdadera pérdida de la fertilidad del suelo potencial y actual, lo que podríamos simplificar como una pérdida de la eficiencia o sostenibilidad natural del sistema para el cultivo tradicional ( o la explotación forestal) como por lo que supone de derroche de nutrientes aportados con los abonados minerales con repercusiones ambientales locales y globales como la contaminación de las aguas.

 Tampoco desde la ciencia se ha trabajado lo suficiente sobre el sistema suelo, probablemente en parte porque resulte menos atractivo al biólogo este estudio que los que implican directamente la vida de los grandes mamíferos o aves. Y sobre todo, por motivos más prácticos, pues aunque estos estudios sean de gran interés científico, una vez publicado no tendrán el eco en las páginas de prensa o el mismo apoyo de patrocinadores como ocurre con la gran fauna.

Seguramente haya  también algo de arrogancia humana  que desprecia lo que simplemente no se ve, parece poco estético y muchas veces resulta difícil de  comprender por la complejidad de estos sistemas en lo que solamente la cantidad de información que se mueve en un puñado de tierra vegetal en un día excede  la contemplada en un hectárea de bosque con todos sus árboles, hierbas, pájaros, mamíferos y reptiles. 

De alguna manera todos somos culpables de dejarnos mover antes por la belleza de las flores, plumas y pieles que no las tripas del ecosistema.

Aunque ya reparamos, mirándonos a nosotros mismos también, que no podemos seguir despreciando como sucia toda la complejidad de nuestro propio sistema digestivo.  Lo llamamos despectivamente nuestra hez, que no deja de ser una reminiscencia del primigenio suelo que ahora vive en nuestro interior,  una vida microbiana  a la que de forma  eufemística llamemos “flora”, que resulta indispensable para nuestra salud.

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