El
naturalista de tarde de sofá ante el documental de la 2 se maravilla ante ese
verde paisaje repleto de vida salvaje -ya sea bosque, selva o sabana- sin
reparar que todo se mantiene gracias al
ecosistema subterráneo que se encuentra oculto a sus ojos.
El
suelo vivo, que para simplificar llamaremos aquí suelo forestal, aunque no
forma parte del paisaje es la base del ecosistema. Nuestra experiencia nos lo
revela. Sabemos que tras eliminar completamente el arbolado y demás vegetación,
algo tan habitual en nuestros montes como la corta a hecho y desbroce,
aparecerá tan rápidamente como llegue la estación favorable la respuesta
regenerativa del bosque con el rebrote desde los tocones y raíces o el
reclutamiento de una nueva generación de plantas del banco de semilla del
suelo. La herida es rápidamente reparada y la
biocenosis se restablece.
En
algunos bosques este plazo nos puede parecer largo; pero igualmente podríamos
haber hablado de una pradera o una sabana, en donde el pasto desaparece
totalmente en la temporada seca o bajo
el hielo invernal para reaparecer pocos meses después espectacularmente en la estación favorable
gracias al suelo, que no descansa.
Al
contrario, supongamos que en lugar de cortar las plantas únicamente
elimináramos la vida del suelo; como se ha hecho en agricultura intensiva
inyectando previo al cultivo el esterilizante del suelo bromuro de metilo que acaba con las plantas y sus propágulos como semillas,
animales, hongos, bacterias... La consecuencia es inmediata para todo los seres
vivos, toda la vida en general sucumbe inmediatamente.
Un reflejo
subterráneo del bosque con un entramado de raíces equivalente a la ramas, el
soporte físico del bosque y el cobijo para la fauna. Si hasta aquí podemos
visualizar el suelo nos quedamos en la epidermis del sistema. ¿Recuerdan
aquella película en la que viajaban por el interior del cuerpo humano?
Supongamos entonces que penetráramos en el interior del suelo para movernos tan
solo a unos pocos centímetros con una nave minúscula dotada de todo tipo de
sensores. Nos encontraríamos con un mundo en miniatura que cuenta con su propia atmósfera y una
biodiversidad mucho más rica que
la superficial, son miles de especies de
bacterias, hongos, actinomicetos, levaduras, protozoos, algas nematodos,
lombrices, insectos, ácaros, etc. Compitiendo; pero, sobre todo, compartiendo una enorme
cantidad de información, colaborando a
ritmo vertiginoso, tal dinamismo que haría que el mundo exterior del bosque nos
pareciera quieto y estático.
Es
trascendental entender que el suelo es un medio vivo íntimamente vinculado al ecosistema (clima, plantas y animales),
mientras que el suelo mineral, en general,
no ha sido generado in situ y forma parte de un ciclo geológico global
en el que intervienen los agentes atmósféricos para disgregar los materiales de
partida transportados ladera abajo o a
largas distancias arrastrados por la
arroyada o el peso del hielo, los cauces fluviales o el viento. A partir de estos materiales minerales se forma
un suelo forestal que alcanza un
equilibrio con la vegetación y el clima,
de tal forma que el suelo maduro así formado se desvincula de su origen mineral
(para entenderlo véase más adelante qué es el humus).
No obstante, cuando el bosque se explota,
degrada o elimina aparece el carácter de
este suelo mineral, que también puede considerarse un suelo fósil, como ocurre
con los terrenos puestos en cultivo. Un caso particular es el de las tierras
agrícolas mediterráneas, en donde el clima resulta especialmente agresivo para
la estabilidad física del suelo. Aquí aparece una equivocada problemática
ambiental del suelo, centrada en la llamada “pérdida del suelo”. Desde hace
décadas vemos el énfasis que se ha puesto en la protección de estos suelo
agrícolas en relación a su perdida, tanto que se ha terminado por igualar los
conceptos “desertificación” y erosión.
Dense
cuenta que el que les habla es ingeniero forestal y mi gremio lleva más de un
siglo trabajando contra la erosión;
pero, atención, no para evitarla, si no para evitar sus efectos
catastróficos: riadas e inundaciones o el movimiento de las dunas.
Tradicionalmente
se ha entendido que la desertificación
es el proceso de deterioro de la productividad de los suelos producido o
propiciado por la actividad humana. En la actualidad, bajo el principio de la
sostenibilidad, se habla más de la
degradación del suelo. En todo caso no se debe de medir por la erosión, como a
veces parece.1
1) El Capítulo 12 del Programa 21 aprobado por la
Conferencia de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y el Desarrollo
(CNUMAD) define la desertificación como «la degradación de los suelos de zonas
áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, entre
ellos las variaciones climáticas y las actividades humanas».
El
enfoque incorrecto de la problemática del suelo se divulga en algunos documentos
de de la administración ambiental que
presentan así una clara correlación entre la desertificación y la erosión ante el estupor de muchos ingenieros
forestales pues colocan a nuestras montañas, los terrenos de mayor valor forestal
en nuestro ámbito mediterráneo, como las causantes de la gran pérdida de suelo
de la región. ¿Acaso no es aquí donde se forma el material parental desde el que
luego se formará el suelo de laderas, valles y zonas bajas?
En
edafología se le llama al material no alterado también roca madre, una
denominación poco apropiada pues físicamente los suelos se forman
frecuentemente sobre materiales no consolidados; y tampoco suele ser cierto que
el material madre o parental desde el que se forma el suelo sea el material
geológico del lugar, pues muchas veces
el suelo se ha creado a partir de
depósitos coluviales, fluviales o
aluviales remotos.
La
forma y distribución de las raíces en el suelo depende del clima y tipo de
formación vegetal. Los árboles no dejan de emitir nunca finas raíces
superficiales que buscan bajo la capa en descomposición llamada en inglés
"litter" los nutrientes
liberados por los organismos; mientras que con otras raíces exploran en profundidad el substrato
mineral en busca de humedad y minerales
que luego bombean a la superficie. Con este proceso, además, extienden la actividad biológica al medio mineral
emitiendo exudados que posibilitan la
actividad de bacterias y hongos
necesarios para poner a disposición de la planta minerales asimilables
que de otra forma no podrían ser aprovechados.
Toda
esta actividad produce una alteración mayor de los minerales con importancia
geológica como vamos brevemente a comentar.
Decía
James Lovelock que sería fácil conocer
si en un planeta hubo vida, sin tan siquiera buscar fósiles, pues la vida
cambia toda la geología original del planeta (incluida su atmósfera, claro
está). Un ejemplo lo tenemos en las montañas de roca caliza, tan abundantes, todas
tienen origen en la acumulación de fósiles marinos. El resto de rocas sedimentarias
y sus derivadas metamórficas, proceden de depósitos minerales formados con la contribución
también de la actividad de los organismo del suelo, desde la raíces de las
plantas a las minúsculas bacterias que alteran la composición química de los
minerales de partida.
En
este ciclo hay que destacar el papel del agua, que es el elemento fundamental
en la disgregación de la roca y su meteorización; pero también en el transporte
y acumulación de los últimos elementos del proceso, como arenas, limos y, los
más finos, que son partículas coloidales que llamamos arcillas. Estas finas
partículas de menos de 0,002 mm tienen interesantes propiedades físico-químicas,
por lo que merecen una mención especial.
Las
arcillas, por su reducido tamaño, pasan
a ser coloides. La palabra coloide tiene
la misma raíz etimológica que “cola”, adhesivo. Los coloides en su fase fluida
o dispersa pueden permanecer largo
tiempo flotando en el medio como las microgotas que forman las nubes que, a diferencia de sus agregados las gotas de lluvia, nieve o
granizo, no se precipitan al suelo.
Por
esto la arcilla puede quedar en
suspensión en el agua durante bastante tiempo para finalmente depositarse
lentamente en fondos fangosos de
marismas, pantanos y, sobre todo,
el fondo marino. En donde, con el correr de miles de años, enormes cantidades
de sedimentos darán lugar a las rocas sedimentarias y metamórficas que emergerán
empujadas por las fuerza de la corteza terrestre hasta formar montañas.
Lo
realmente interesante de las arcillas son sus propiedades físico-químicas, de
gran importancia para la fertilidad del suelo, pudiendo retener partículas con
carga positiva (cationes metálicos) por adsorción
( no confundir con absorción). La mayoría de estos cationes son nutrientes
fundamentales para las plantas como K+, Mg++ +, Ca++ ( la forma iónica de potasio, magnesio,
calcio).
En
ciertas ocasiones el material mineral es muy rico en alguno de estos cationes
hasta el punto de estar en exceso para el sistema, y hablamos de suelos básicos
(exceso de Ca++ y Mg++
), ultrabásicos de Mg++o incluso alcalinos (exceso de Na+). En estas condiciones, por antagonismo,
algunas plantas no pueden absorber ciertos nutrientes, aunque sean abundantes,
como ocurre con el hierro (cuyo síntoma es una palidez, conocida como clorosis).
En otras ocasiones el elevado valor del pH, modifica la solubilidad de algunos
nutrientes como el fósforo, que quedan
secuestrados por los minerales del suelo.
Esta
propiedad cohesiva tiene su cara negativa, pues los suelos arcillosos pueden presentar
una deficiente aireación que dificulte la necesaria respiración de las raíces.
Las
plantas lo han resuelto brillantemente, aunque mejor deberíamos decir el
sistema, crea su propio medio óptimo para la vida a partir de sus propios
residuos, sus propias partículas
coloidales: el humus. ¿Existe un ejemplo
más provechoso del reciclaje?
En
mi opinión, el humus es una ejemplo de que la evolución alcanza logros de
enorme complejidad no únicamente sobre las formas vivas si no sobre su medio.
Este pensamiento ya planteado por el citado padre de la “Hipotesis Gaia” no
suele contemplarse dentro de la evolución (en el sentido más darwiniano) que solamente la admite a los seres vivos.
El
humus (que quiere decir en latín suelo)
es una sustancia extraordinaria, pues tiene las capacidades de la arcilla para
retener los nutrientes sin ninguno de
sus inconvenientes. Los suelos ricos en humus tienen una estructura ideal,
grumosa con gran capacidad para retener agua y aire igualmente. De hecho el humus evita que los suelos
arenosos pierdan agua y nutrientes fácilmente; airea los suelos arcillosos, y
al ser ácido modera el ph de los suelos calizos, ultrabásicos o alcalinos. Otras propiedades son su estabilidad y persistencia en el suelo
y su alta ligereza, por eso en forma de
mantillo o turba lo usamos en nuestras macetas.
La
presencia de coloides del suelo (arcilla y humus) nos da una primera aproximación a la medida de la
fertilidad que suele expresarse como la
“capacidad de intercambio catiónico”o CIC. Es
una medida potencial, pues depende de
que esté saturado por cationes y que estos no sean sólo uno de ellos como el Calcio o Magnesio.
Como
los cationes son solubles en agua, pueden lavarse y perderse por lixiviación
acabando en los acuíferos subterráneos. Especialmente en climas húmedos hay un
riesgo de que los suelos se empobrezcan de esta forma, todo depende de la
eficiencia del trabajo en equipo de los organismos del suelo para retener estos
cationes y las raíces para capturarlos. Podemos así fácilmente imaginar la
enorme eficiencia que se da en las
pluviselvas, solamente hay que ver la magnitud del flujo de nutrientes en la
enorme biomasa generada.
El
suelo se empobrece cuando la eficacia no es muy buena como ocurre en climas
fríos, o cuando se produce una excesiva explotación como el caso de quema de
pastos en clima lluvioso con suelos
arenosos (landas de brezo); siendo una
buena medida de ello el bajo pH, puesto
que los coloides que no disponen de otros cationes se rodean de H+.
Por
tanto una elevada acidez del suelo es sinónimo de pobreza del suelo; pero
también de toxicidad. Un componente común de las rocas son los
alumino-silicatos, que al mineralizarse dan lugar en condiciones de extremo de
acidez a la alúmina Al+++ tóxica
para las plantas.
Algunos
cationes poco comunes en los suelos, como los metales pesados, pueden generar
problemas de toxicidad, y no únicamente para las plantas. Podría parecer que
suelos con elevado CIC puede igualmente retener a estos indeseables metales
pesados procedente de la contaminación y que en los suelos ácidos los metales
pesados (que son cationes) no son un problema; al contrario, muchos se
movilizan con pH bajos entrando más fácilmente en los tejidos vegetales y de
ahí al resto de organismos vivos, lo que se conoce como cadena trófica, al
final de la cual solemos estar los seres humanos.
En
definitiva, resumiría esta breve introducción al suelo forestal señalando que
el desprecio e ignorancia por lo que
ocurre en este medio deriva en primer lugar de la actual visión economicista y
cortoplacista del medio natural que convierte al suelo en un medio de cultivo mineral
a manejar del que lo único que importa es que "se pierda" por la
erosión cuando como hemos visto la erosión forma parte del ciclo natural; sin
valorarse de igual manera la verdadera pérdida de la fertilidad del suelo
potencial y actual, lo que podríamos simplificar como una pérdida de la
eficiencia o sostenibilidad natural del sistema para el cultivo tradicional ( o
la explotación forestal) como por lo que supone de derroche de nutrientes
aportados con los abonados minerales con repercusiones ambientales locales y
globales como la contaminación de las aguas.
Tampoco desde la ciencia se ha trabajado lo
suficiente sobre el sistema suelo, probablemente en parte porque resulte menos
atractivo al biólogo este estudio que los que implican directamente la vida de
los grandes mamíferos o aves. Y sobre todo, por motivos más prácticos, pues
aunque estos estudios sean de gran interés científico, una vez publicado no
tendrán el eco en las páginas de prensa o el mismo apoyo de patrocinadores como
ocurre con la gran fauna.
Seguramente
haya también algo de arrogancia
humana que desprecia lo que simplemente
no se ve, parece poco estético y muchas veces resulta difícil de comprender por la complejidad de estos
sistemas en lo que solamente la cantidad de información que se mueve en un
puñado de tierra vegetal en un día excede
la contemplada en un hectárea de bosque con todos sus árboles, hierbas,
pájaros, mamíferos y reptiles.
De
alguna manera todos somos culpables de dejarnos mover antes por la belleza de
las flores, plumas y pieles que no las tripas del ecosistema.
Aunque
ya reparamos, mirándonos a nosotros mismos también, que no podemos seguir
despreciando como sucia toda la complejidad de nuestro propio sistema
digestivo. Lo llamamos despectivamente
nuestra hez, que no deja de ser una reminiscencia del primigenio suelo que ahora
vive en nuestro interior, una vida
microbiana a la que de forma eufemística llamemos “flora”, que resulta
indispensable para nuestra salud.
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